Ambos bandos utilizaron ampliamente el gas fosgeno durante la guerra. Por lo general, se liberaba mediante cilindros o proyectiles de artillería y podía extenderse rápidamente por una amplia zona. El gas fosgeno era particularmente eficaz en la guerra de trincheras, donde podía utilizarse para incapacitar o matar a soldados enemigos sin tener que arriesgarse a un combate directo.
El uso del gas fosgeno fue controvertido, ya que se consideraba un arma especialmente inhumana. El gas causaba un gran sufrimiento a quienes estaban expuestos a él y, a menudo, provocaba la muerte. En un esfuerzo por reducir el uso de armas químicas, en 1925 se firmó el Protocolo de Ginebra, que prohibía el uso de armas químicas en la guerra.