Los campos de concentración tuvieron varios propósitos durante la era nazi. Se utilizaron principalmente para encarcelar y aislar a personas consideradas una amenaza para el régimen nazi o aquellas consideradas racialmente inferiores. El liderazgo nazi tenía como objetivo reprimir la resistencia, explotar a los prisioneros como trabajadores forzados y realizar experimentos médicos y otras formas de experimentación humana con los reclusos.
Las condiciones en los campos de concentración eran duras y, a menudo, mortales. Los prisioneros fueron sometidos a hacinamiento extremo, desnutrición, tortura y violencia. Muchos sufrieron enfermedades, hambre y agotamiento, lo que provocó altas tasas de mortalidad.
A lo largo de la guerra, se establecieron numerosos campos de concentración en toda la Europa ocupada por los nazis, y algunos de los más notorios fueron Auschwitz, Bergen-Belsen, Buchenwald, Dachau y Treblinka. Estos campos fueron parte integral de la política nazi de persecución, genocidio y exterminio sistemático de la población judía durante el Holocausto.
Después de que terminó la Segunda Guerra Mundial y el régimen nazi fue derrotado, las fuerzas aliadas liberaron muchos campos de concentración, lo que reveló las horribles condiciones y los asesinatos en masa que habían tenido lugar. Las atrocidades cometidas en estos campos conmocionaron al mundo y llevaron al establecimiento de leyes y convenciones internacionales de derechos humanos destinadas a evitar que esos crímenes contra la humanidad vuelvan a ocurrir.