Tras la muerte de Julio César, se produjo una lucha de poder entre varias facciones, con Marco Antonio y Octavio (más tarde conocido como Augusto) compitiendo por el control. Después de derrotar a Antonio y Cleopatra en la batalla de Actium en el 31 a. C., Octavio salió victorioso y se convirtió en el único gobernante de Roma.
El ascenso de Augusto al poder marcó el fin de la República Romana y el comienzo del Imperio Romano. Centralizó el poder, reformó el gobierno y trajo estabilidad al imperio después de años de guerra civil y malestar político. El reinado de Augusto marcó el comienzo de un período de relativa paz y prosperidad conocido como la Pax Romana (Paz Romana), que duró más de dos siglos.
Durante su reinado, Augusto hizo importantes contribuciones al Imperio Romano, incluida la ampliación de sus fronteras, la promoción del desarrollo cultural y artístico y el establecimiento de un sistema de gobierno más eficiente. También jugó un papel crucial en la configuración de la ideología imperial y la creación de una administración más centralizada, que serviría como base para la longevidad y la influencia del Imperio Romano.
En resumen, el asesinato de Julio César condujo a un período tumultuoso de transición y agitación política, que culminó con el ascenso de Augusto y el establecimiento del Imperio Romano. El reinado de Augusto marcó un punto de inflexión en la historia romana, caracterizado por la estabilidad, la prosperidad y la transformación de Roma de una república a un imperio poderoso e influyente que moldearía el curso de la civilización occidental en los siglos venideros.