A principios del siglo XX, el gasto militar había alcanzado niveles sin precedentes, con Alemania, Francia, Rusia y el Reino Unido a la cabeza. Cada país estaba desarrollando nuevas estrategias, armas y tácticas para obtener ventaja sobre sus rivales. Esta competencia también impulsó avances tecnológicos en submarinos, aviones y artillería de largo alcance, que luego resultarían decisivos en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial.
La intensa rivalidad y sospecha generadas por la carrera armamentista contribuyeron a la creciente hostilidad y nacionalismo que invadieron Europa en ese momento. Cada nación protegía ferozmente sus intereses y buscaba defender su territorio y poder a cualquier precio. Las alianzas y ententes que se habían formado entre las principales potencias europeas solidificaron aún más estas divisiones y crearon una red de obligaciones que hacía difícil para cualquier país dar marcha atrás en una confrontación sin perder a sus aliados.