Industrialización: El proceso de modernización implicó una rápida industrialización, que requirió cambios en la estructura organizacional para aumentar la eficiencia.
Adopción de prácticas occidentales: Japón aprendió activamente de los países occidentales e importó sus métodos, incluidas técnicas de gestión organizacional, para impulsar la eficiencia.
Necesidad de una autoridad centralizada: El gobierno necesitaba una autoridad centralizada para llevar a cabo sus planes de modernización con eficacia. Esto requirió reestructurar las organizaciones tradicionales.
Crecimiento de las empresas comerciales: El auge de las empresas modernas impulsó un cambio de las empresas familiares tradicionales a organizaciones más estructuradas con funciones y responsabilidades claras.
Reformas militares y gubernamentales: El gobierno Meiji implementó reformas militares y administrativas que llevaron a la creación de estructuras organizativas modernas en estas áreas.
Competencia económica: Japón enfrentaba la competencia económica de las potencias occidentales y necesitaba racionalizar sus industrias para seguir siendo competitivo.
Deseo de poder político: El gobierno Meiji pretendía afirmar su poder en el ámbito internacional, lo que requería una base organizativa sólida a nivel nacional.
Influencias culturales: Japón incorporó aspectos de la cultura occidental, incluidas estructuras organizativas, junto con prácticas culturales tradicionales.
Énfasis educativo: El gobierno hizo hincapié en la educación y la capacitación, lo que condujo a una fuerza laboral calificada capaz de funcionar dentro de estructuras organizativas modernas.
Adaptabilidad y Pragmatismo: La cultura japonesa valoraba la adaptabilidad y el pragmatismo, lo que la hacía receptiva a los cambios organizativos en aras del progreso.