En Novgorod, Rusia, en el siglo XIII, a los niños también les gustaba expresarse. Este fue el caso del pequeño Onfim, que tenía alrededor de 6 o 7 años cuando decidió garabatear por todas partes con un objeto de punta afilada, creando sin querer un hermoso registro arqueológico de la vida medieval en Novgorod desde la perspectiva de un niño.
El niño estaba grabando en pizarras varias cosas que estaban de su interés a través de dibujos y textos. Las lecciones aprendidas de su experiencia educativa también quedaron registradas para la posteridad y para la curiosidad de los arqueólogos entrometidos en el futuro, como su estudio del alfabeto y un salmo bíblico.
Onfim tenía sueños. Le gustaría ser un caballero y así lo expresó en uno de sus dibujos, en el que el propio Onfim aparecía retratado como un caballero. Las escenas de guerras y muertes no eran extrañas para el niño, ya que también eran retratadas.