El proceso de fabricación del cemento romano implicaba mezclar puzolana con cal y agua en una proporción de aproximadamente 2:1:1. Luego, la mezcla se calentó a alta temperatura en un horno, donde experimentó una reacción química llamada calcinación. Durante la calcinación, la cal y la puzolana reaccionaron para formar un nuevo compuesto llamado hidrato de silicato de calcio, que es el componente principal del cemento.
Luego, el cemento resultante se molió hasta obtener un polvo fino y se mezcló con agua para crear un mortero. Este mortero se utilizó para construir muchas de las estructuras famosas de la antigua Roma, incluidos el Coliseo, el Panteón y los acueductos.
El cemento romano era un material notablemente resistente y duradero, y todavía se utiliza en algunos proyectos de construcción en la actualidad. Su durabilidad se debe a que es resistente al agua y no se deteriora con el tiempo.