El pensamiento absolutista, imperante en el contexto de la Europa moderna, defendía el llamado “derecho divino de los reyes”. Según este principio, la existencia del monarca reflejaba un deseo divino de nombrar a un determinado individuo o familia para controlar un reino. Sin embargo, la justificación religiosa de este hecho chocó con la locura de unos reyes que no parecían estar dotados de la sabiduría, el sentido común y la inteligencia necesarios para asumir un cargo importante.
De hecho, estos casos de “locura real” se registran desde hace bastante tiempo y aparecen en algunas páginas extrañas de la historia de determinadas civilizaciones y reinos. Luego de perder a dos asesores que hacían todo por él, el emperador romano Marco Aurelio Cómodo decidió emprender un gobierno narcisista donde simplemente se proclamó la reencarnación del héroe griego Zeus. La obsesión heroica fue tal que ordenó a todos que lo llamaran así.
Como si su ego inflado no fuera suficiente, al emperador Cómodo le encantaba participar en verdaderas carnicerías promovidas durante los juegos Flavios. Una de sus principales diversiones consistía en decapitar algunos ejemplares de avestruz para disfrutar del extraño placer de ver a los pobres animales corretear sin cabeza. Temiendo que su locura se volviera contra sus allegados, los familiares del emperador hicieron arreglos para que lo mataran.
A finales de la Edad Media, el rey francés Carlos VI de repente se asustó cuando estaba organizando una expedición contra un traidor que pretendía matar a uno de sus consejeros reales. Durante la primera manifestación de locura, el rey creyó escuchar el zumbido de una lanza que se suponía que lo golpearía. Pensando que estaba rodeado de sus enemigos, el rey acabó matando a cinco de sus propios soldados. Después las cosas empeoraron:Carlos VI deliraba, arrojaba objetos al fuego y se orinaba en la ropa.
En un relato personal, un clérigo francés dijo que el rey se creía tan frágil como un trozo de vidrio. Por ello, el rey exigió que nadie lo tocara y buscó extrañas formas de evitar una caída que pudiera "astillarlo". Preocupados, los médicos probaron diversos tratamientos que pondrían fin a la verdadera tormenta. Se intentó de todo para que el rey volviera a la realidad:fugas de cerebros, exorcismos y sustos. Sin embargo, sólo la muerte logró poner fin a la agonía de Carlos VI, fallecido en 1422.
Otros monarcas de mayor expresión también tuvieron su espacio en esta infame historia de locura. El zar ruso Iván el Terrible tuvo comportamientos sádicos desde temprana edad. Cuando era niño, le encantaba trepar al tejado del palacio para lanzar perros y gatos. Tras perder a sus padres, el pequeño Iván sufrió una serie de malos tratos por parte de tutores interesados que querían su puesto. Cuando creció, comenzó a torturar y matar a todos aquellos que pudieran suponer un riesgo para su autoridad.
Una vez, buscando contener las intenciones autonomistas de la ciudad de Novgorod, Iván ordenó una masacre masiva contra los habitantes de la región. Varios fueron arrojados a ríos helados o sometidos a extraños rituales de muerte. Contradictoriamente, el rey solía golpearse la cabeza contra la pared y orar por aquellos que eran víctimas de su persecución. Según algunos expertos, la locura de Iván podría haber sido provocada por la costumbre de ingerir mercurio o por un caso avanzado de sífilis que lo atacaba.
En nuestra historia tenemos varios casos de inapetencia política, pero el monarca enloquecido más famoso de la historia brasileña fue María I, madre del rey Dom João VI. El fervor religioso y la pérdida de su marido y su hijo son posibles justificaciones de las actitudes de la reina lusitana. La mayor parte del tiempo la asaltaban arrebatos que la incitaban a tener un miedo exagerado a los crucifijos y a proferir insultos contra las personas que la acompañaban.
Con el ascenso de Napoleón Bonaparte y todos los trastornos políticos causados por la Revolución Francesa, el estado mental de María I solo empeoró. La reina solía tener visiones demoníacas, comer solo un tipo de plato y maldecir sin motivo alguno. Ante la grave condición psicótica, los súbditos intentaron curar a la reina contratando los servicios de un médico británico, pero fue en vano. Con ello, Dom João VI acabó asumiendo el trono de Portugal como Príncipe Regente.