En primer lugar, los recaudadores de impuestos eran vistos como colaboradores de los ocupantes romanos. Judea había estado bajo dominio romano durante más de un siglo en la época de Jesús, y el pueblo judío estaba resentido por la opresión romana. Los recaudadores de impuestos eran vistos como herramientas del gobierno romano y, por lo tanto, estaban asociados con el odiado régimen extranjero.
En segundo lugar, los recaudadores de impuestos eran a menudo corruptos. A menudo exigían más dinero del que se debía y se quedaban con el sobrante. Esto los hizo aún más impopulares entre el pueblo judío, que ya estaba pasando apuros económicos bajo la ocupación romana.
En tercer lugar, los recaudadores de impuestos eran a menudo vistos como codiciosos e inmorales. Fueron acusados de ser deshonestos, poco confiables y dispuestos a hacer cualquier cosa por dinero. Esto los convirtió en un blanco fácil para las críticas de los líderes religiosos, que querían advertir a sus seguidores sobre los peligros de la codicia y el materialismo.
Como resultado de estos factores, la comunidad judía en tiempos de Jesús generalmente despreciaba a los recaudadores de impuestos. Fueron vistos como colaboradores, corruptos e inmorales y, por lo tanto, el pueblo judío los evitaba y rechazaba.