Lucy era un esqueleto casi completo, lo que la hacía excepcionalmente única. Medía aproximadamente 1,2 metros (4 pies) de altura y tenía un cerebro del tamaño de un chimpancé. Su descubrimiento hizo retroceder la línea temporal de la existencia de los homínidos y proporcionó evidencia crucial que respalda la teoría de que los humanos evolucionaron en África.
Además, Lucy mostró varios rasgos que combinaban características humanas y simiescas. Su bipedalismo, o capacidad de caminar erguido, insinuaba una transición hacia una locomoción más parecida a la humana, mientras que su cerebro pequeño y sus brazos largos indicaban similitudes con nuestros ancestros primates.
Las implicaciones del descubrimiento de Lucy fueron profundas. Ella desafió las nociones existentes sobre los orígenes humanos y solidificó el concepto de África como cuna de la humanidad. Su esqueleto notablemente conservado provocó un resurgimiento en la investigación sobre la evolución de los homínidos y contribuyó enormemente a nuestra comprensión de nuestro linaje evolutivo.
Como el fósil de homínido más completo encontrado hasta ese momento, Lucy cautivó tanto a la comunidad científica como al público en general. Se convirtió en un icono de la evolución humana y su descubrimiento allanó el camino para nuevos descubrimientos innovadores en el campo de la paleoantropología.