Después de la Primera Guerra Mundial se estableció un nuevo orden mundial, con Estados Unidos como potencial militar y económico. Estados Unidos se convirtió en el mayor productor y exportador del mundo. Los beneficios obtenidos del exterior aumentaron día a día y Wall Street decidió dar un giro a su política e invertir en el mercado interior (el colapsado mercado europeo ya no podía absorber toda la producción). Esta inyección económica incrementó el precio de las acciones que cotizan en bolsa. Los beneficios aumentaron desproporcionadamente y nadie quería quedarse fuera. Todos los ahorros de la clase media fueron a parar a Wall Street, los bancos concedieron préstamos para comprar acciones, alguien incluso dijo:
Todos los estadounidenses pueden hacerse ricos en la Bolsa
La Reserva Federal advirtió a los bancos que controlaran la deuda, pero no la escucharon. Todo era color de rosa y nadie quería echar el freno. La especulación impulsó las acciones hasta que estalló la burbuja el 24 de octubre de 1929 (Jueves Negro ). Se dieron millones de órdenes de venta de acciones pero ya nadie pudo comprarlas, cundió el pánico y la bolsa se desplomó (lunes y martes negros ). La gente iba a los bancos a recuperar sus ahorros pero no había dinero (se invertía en acciones y préstamos). Los bancos caían como un castillo de naipes. Las empresas empezaron a cerrar y el desempleo se extendió por todo el país. Eran los años de la llamada Gran Depresión, cuyas imágenes no son fácilmente reconocibles...
Eran tiempos en los que las necesidades básicas se convertían en artículos de lujo y donde se aplicaba la máxima de Einstein -«en tiempos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento «- se convirtió en un compañero inseparable. Imaginación para conseguir comida, carbón, zapatos... y ropa. Y en lo que respecta a la vestimenta, siguiendo una práctica nada extraordinaria en el mundo rural donde se utiliza de todo, las madres de las ciudades empezaron a convertir sacos de harina o pienso en vestidos para sus hijas. Con unas tijeras y un poco de costura, esas toscas chaquetas se convirtieron en la única ropa de las niñas.
Algunos productores de harina, piensos o semillas, al enterarse de esa situación, decidieron añadir un poco de color y comodidad a esos vestidos improvisados. Entonces, dejaron a un lado las viejas bolsas y comenzaron a comercializar sus productos en nuevas bolsas hechas de telas de algodón con diferentes estampados y colores.
Con el tiempo, esa práctica altruista se convirtió en negocio:esos vestidos servían para promocionar sus productos y, además, los bolsos estaban diseñados de tal manera que su marca o logo fuera visible. Organizaron desfiles y se encargaron de popularizar la moda feedsacks haciéndolo extensible a cortinas, bolsos, fundas de cojines… e incluso ropa interior. Algunas vendedoras de estos productos dijeron que ya no venían hombres a comprar, sino mujeres y que, además, elegían según los diseños de los bolsos.
Vestidos y cortinas hechos con sacos de harina (1939)
En los años 50 se empezaron a utilizar sacos de papel, mucho más baratos que el algodón, y comenzó el declive de aquellos tejidos estampados y funcionales.
Fuente:Feedsack de la depresión