En respuesta a la demanda británica de libre comercio, la dinastía Qing libró las Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860), pero fue derrotada por los británicos y se vio obligada a firmar el Tratado de Nanking, cediendo Hong Kong, y el Tratado de Tientsin, abriendo cinco ciudades costeras al comercio occidental.
El debilitado Qing también se volvió vulnerable a la agresión extranjera y las revueltas internas. La rebelión de Taiping (1850-1864), encabezada por un cristiano converso, fue una de las guerras civiles más mortíferas de la historia y provocó la muerte de entre 20 y 30 millones de personas.
La dinastía Qing continuaría gobernando China hasta 1911/12, pero se vería cada vez más debilitada por las potencias extranjeras y las crisis internas.