Para convertirse en corsario, el propietario de un barco tenía que obtener una carta de marca de su gobierno. Esta carta de marca le dio al barco la autoridad para atacar barcos enemigos y apoderarse de su carga. También se exigió a los corsarios que establecieran un vínculo con su gobierno, que garantizaba que no abusarían de su autoridad y atacarían barcos neutrales.
Los corsarios desempeñaron un papel importante en la guerra naval durante el período moderno temprano. A menudo se utilizaban para complementar las armadas de los estados-nación y podían ser muy eficaces para perturbar el comercio enemigo. En algunos casos, los corsarios incluso lograron capturar buques de guerra enemigos.
Sin embargo, el corso no estaba exento de riesgos. Los corsarios a menudo eran objetivo de barcos enemigos y de guerra, y podían morir o ser capturados en batalla. Además, los corsarios no siempre podían encontrar barcos enemigos para atacar y, en ocasiones, podían pasar meses sin obtener ganancias.
A pesar de los riesgos, el corso era un negocio lucrativo para muchas personas. Los corsarios que lograban capturar barcos enemigos podían ganar una gran cantidad de dinero y, a menudo, se hacían muy ricos. Algunos corsarios famosos incluyen a Sir Francis Drake, Walter Raleigh y Jean Lafitte.
El corso finalmente fue prohibido por la Declaración de París en 1856. Esta declaración establecía que los corsarios ya no eran buques de guerra legítimos y que cualquier barco que atacara a un barco enemigo sin una patente de corso sería considerado pirata.