Como resultado, cuando el ejército mexicano finalmente traspasó los muros del Álamo, procedió a masacrar a los defensores. Se estima que entre 182 y 257 texanos murieron en los combates, mientras que el ejército mexicano perdió sólo unos 60 hombres. Los cuerpos de los defensores texanos fueron quemados o enterrados en fosas comunes y el Álamo fue reducido a cenizas.