Historia de Europa

Travestismo y transformismo en la Iglesia a lo largo de la historia

En 2014 se descubrió que una talla de Santa Lucía del siglo XVI, situada en la capilla del Dulce Niño de Jesús de Sevilla, no era la de la santa, sino una talla travesti de San Juan Evangelista. Parece que el cambio de género se produjo en los años treinta del siglo pasado durante una restauración de la pieza. Y si en este caso podemos hablar de una santa travesti o, mejor dicho, la talla de un santo travestido , la historia ha sido testigo de santos, monjas y hasta un papa travesti o transformista.

Travestismo y transformismo en la Iglesia a lo largo de la historia

Si hoy, estando informados al segundo e incluso contemplando directamente los hechos acontecidos, existen varias versiones de una misma realidad, qué decir de lo ocurrido hace siglos. Es difícil separar el trigo de la paja (la realidad del mito o leyenda) cuando las fuentes son escasas, confusas o de dudosa credibilidad. Esto es lo que pasó con la leyenda de Papisa Juana , la única mujer a la que le dicen que fue Papa. Existen varias versiones de la leyenda y en distintas décadas, pero todas sitúan a Juana en el trono de San Pedro en el siglo IX. Al principio no tuvo problema en mantener el engaño, pero todo saltó por los aires cuando estaba de viaje a caballo y rompió aguas... ¡El Papa estaba dando a luz!

Travestismo y transformismo en la Iglesia a lo largo de la historia

Del asombro pasó a la indignación, y de la indignación a la lapidación. Algunos creen que en esta leyenda —por ser una leyenda urbana— se hace una crítica a la degradación y corrupción de la Iglesia de la época, que incluso podría haber designado a una mujer para ocupar el trono de San Pedro. Y de esta leyenda nació un engaño. La Iglesia, para que esta situación no volviera a ocurrir, estableció una prueba que todos los Papas debían pasar:

Duos habet et bene pendentes

Travestismo y transformismo en la Iglesia a lo largo de la historia

Cuando eran nombrados debían ocupar un asiento con un agujero por el cual, si eran hombres, debían colgar sus genitales y un cardenal debía acreditar visualmente su hombría —otras versiones dicen que se probó mediante el sentimiento— mientras gritaba:! Duos habet et bene pendentes! (Tiene dos y le cuelgan).

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Ese asiento con un agujero existe, pero no tiene nada que ver con esta historia, es la sedia stercoraria , la silla de excrementos, donde se sentaban los papas para, digamos, leer el periódico. A la difusión de este bulo, y de la leyenda anterior contribuyeron obras de arte, como aquel cuadro en el que se representa la prueba a la que fue sometido el Papa Inocencio X, en el que un joven monje palpa, a través de un orificio lateral, la existencia de genitales, o varios que inmortalizaron el nacimiento del Papa Juana (ambos aparecen en este artículo).

Durante siglos, los dos únicos papeles dignos que una mujer podía desempeñar eran el de esposa, e implícitamente de madre, o el de monja. Sus padres o tutores, circunstancias familiares o simplemente cuestiones económicas determinaron que las mujeres consagraran su vida a sus maridos o a Dios. Y ambas elecciones supusieron un desembolso económico. Independientemente del estatus social, la mujer que quería casarse debía aportar una dote que recibiría y administraría a su marido. El significado de este "pago" difiere de un autor a otro, yendo desde quienes afirman que se trata de una especie de seguro para evitar el repudio —en este caso, el marido debe devolver la dote—, hasta quienes afirman que se trata de una compensación que recibe el marido por la carga económica de la esposa y de los futuros hijos. Todas las versiones del motivo de la dote implican la condición de inferioridad de la mujer e incluso el hecho de que ella es objeto de comercio. Asimismo, el monto de la dote era importante y condicionaba el poder llegar a un acuerdo entre los padres de los contrayentes, y, lógicamente, lograr un mejor matrimonio —socialmente hablando—. Para que la carga económica no dejara temblar las arcas familiares en el momento de la boda, la República de Florencia creó en 1425 un fondo público llamado Monte delle doti. donde los padres hacían aportaciones desde que sus hijas tenían cinco años para la futura dote. Mención especial merece en este apartado el Papa Urbano VII quien, además de tener el triste historial de ser quien menos tiempo ha durado en el cargo —del 15 al 27 de septiembre de 1590—, tuvo el detalle de ordenar que cuando todos sus bienes fueron donados a la asociación benéfica Archicofradía de la Anunciación para proporcionar dotes a niñas de familias pobres. Y como te decía, dedicarse a la vida religiosa también tenía su coste. Aunque mucho menos que la dote, la mayoría de las órdenes también requerían una cantidad financiera para aceptar a las adolescentes. La mayoría de los conventos femeninos no contaban con medios propios de subsistencia y vivían de donaciones de terceros (propiedades dejadas en herencia por los feligreses, donaciones pro anima —para la salvación del alma del donante o de un familiar—, pagos por siendo enterrado en las tierras del convento...) y las aportaciones realizadas por las nuevas monjas. De esta forma también se evitaba que muchas criaturas fueran abandonadas a las puertas de los conventos para que las monjas pudieran criarlas. Por tanto, y debido a este canon registral, no es de extrañar que la mayoría de las monjas fueran hijas de nobles o familias adineradas. Y eso es lo que le pasó a nuestra siguiente protagonista:la Teniente Monja .

Travestismo y transformismo en la Iglesia a lo largo de la historia

A finales del siglo XVI nació en San Sebastián Catalina de Erauso , hija de una familia noble llegada a menos. La escasez de recursos para poder aportar la dote correspondiente a Catalina le cerró la puerta del matrimonio y, como hemos dicho antes, le abrió la puerta del convento de dominicales. Después de algunos problemas con otras novicias y, sobre todo, debido a que no se vio encerrada entre esos muros el resto de sus días, Catalina, ya con quince años, tomó la decisión de escapar de aquella prisión. No sabía qué hacer ni adónde ir, y por un rato estuvo deambulando. Una mujer sola, sin rumbo ni destino, levantaba muchas sospechas, por lo que decidió travestirse y convertirse en hombre. Sin muchas opciones, decidió probar la aventura de cruzar el charco:se trasladó a Sanlúcar de Barrameda y se embarcó rumbo a América con el nombre de Alonso Díaz y Ramírez de Guzmán. . Ya en América, y alistada como soldado, se ganó fama de bravura y valentía, lo que la ayudó a ser nombrada alférez de los ejércitos de España y de Indias. Cuando terminó la batalla, actuó como el resto de soldados:borracheras, peleas, juegos de azar... pero siempre ocultando su verdadera identidad. Algo que no parece costarle mucho porque incluso en alguna ocasión...

caminaba entre las piernas de una doncella.

E incluso ella tuvo que huir de algún compromiso matrimonial. Hasta que sucedió lo inevitable. Ante una inminente ejecución por problemas con la justicia, pidió ayuda al obispo del Cuzco, ante quien se confesó. Ella contó todas sus aventuras desde sus días en el convento hasta ese preciso momento y sólo cuando las matronas certificaron que era mujer y, además, virgen, el obispo le creyó. No sabía qué hacer con ella, así que decidió enviarla de regreso a España y dejar que el rey Felipe IV tomara una decisión por ella. En 1624 compareció ante Felipe IV como Catalina de Erauso, alférez de los Ejércitos de España y de Indias. El Rey estudió el detallado informe emitido desde el Cuzco y, olvidándose de los pequeños problemas con la ley, sentenció:

Ojalá España tuviera muchos soldados como ella.

La Teniente Monja, como la llamaban, pidió al Rey que volviera a su servicio, pero vestida "oficialmente" como un hombre. El Rey le dijo que debería ser el Papa quien le diera permiso para usar ropa masculina. Catalina viajó a Roma para solicitar la autorización papal y Urbano VIII, gracias a la recomendación del Rey de España, se la concedió. Ya con su condición de hombre, en relación a la vestimenta, viajó a Nápoles, donde se convirtió en la comidilla de los proxenetas...

¿Adónde va lady Catherine? A darles unos golpes, señoras putas, y unas cuantas puñaladas a quien se atreva a defenderlas —le respondió a Catalina—.

Posteriormente regresó a América y allí falleció. Sus restos reposan en la iglesia de San Juan de Dios en la ciudad de Orizaba (México).

Y si, la leyenda habla de las Santas travestis , un grupo de mujeres que, por una razón u otra, se disfrazaron de hombres y consagraron su vida a Dios… como hombres. Santa Eugenia y Santa Eufrosina (huyendo de un matrimonio concertado), Santa Pelagia de Antioquía (lo dejó todo y vivió sus últimos trece años orando y meditando en una cueva escondida bajo el nombre de Pelagio), Santa Apolinaria, Santa Anastasia… y Santa Marina . Y es de esta última santa de la que os voy a contar su historia por las extrañas y sorprendentes circunstancias que rodearon su vida o su leyenda en el siglo V.

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Eugenio y Marina

Marina era la única hija de Eugenio, un cristiano devoto de Bitinia (Asia Menor, ahora Turquía) que quedó viudo poco después del nacimiento de Marina. Destrozado por la pérdida de su esposa, dedicó su vida a criar a su hija como su padre y su madre, educándola en la fe cristiana y reuniendo su dote para brindarle un buen matrimonio. Luego tomaría las túnicas y se retiraría al monasterio de Qannoubine (hoy Líbano). Cuando llegó el momento de buscar marido, Eugenio compartió sus planes con Marina, pero ella se vio incapaz de separarse de su padre. La decisión de su padre era firme y ella no podía llevarla con él. Como mujer no, pero como hombre sí”, afirmó Marina. Incapaz de cambiar de opinión, Eugenio ayudó a su hija a cambiar su apariencia y ambos fueron al monasterio. El dinero recaudado para la dote se utilizó para pagar su admisión. Eugenio y Marino, antes Marina, ingresaron en la comunidad monástica, compartiendo celda hasta la muerte de su padre diez años después. Sola, continuó ocultando su condición. Poco después, y en una de las salidas de Marino con otros monjes, la noche les sorprendió lejos del monasterio y tuvieron que pasar la noche en una posada del camino. Esa noche, y no lejos de donde dormían los monjes, la hija del posadero fue violada por un soldado que también se alojaba allí. Ese hecho, en el que Marino no tenía nada que ver, cambiaría su vida. A la mañana siguiente regresaron al monasterio y Marino continuó con su vida piadosa. Unos meses más tarde, el posadero se presentó ante el abad acusando a Marino de haber violado a su hija. Habría sido tan sencillo como revelar que era mujer y que era una crasa mentira, pero la habrían expulsado de ello y no podía concebir una vida fuera de los muros del monasterio. Marina tomó esa acusación como una penitencia por el engaño de hacerse pasar por un hombre y no intentó defenderse de ello. Aunque sorprendido, el abad no tuvo más remedio que expulsarlo. Sin ningún lugar adonde ir, Marino se quedó en las ruinas de una casa cerca del lugar que había sido su hogar desde que entró con su padre. Cuando la hija del posadero dio a luz, el abuelo llevó la bebé a su supuesto padre para que la cuidara. Y nuevamente, sin dudarlo, lo aceptó.

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Así pasaron varios años, padre e hijo putativo, orando y viviendo de lo que los monjes podían aportarles y de la caridad de algunos lugareños. Con la intercesión de los monjes, y después de varios años de penurias, el abad permitió que Marino y su hijo regresaran.

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Lattanzio Querena, La Santísima Virgen Marina, c. 1830

Poco después, Marino enfermó y falleció. En ese momento, cuando se preparaba su cuerpo para cristiana sepultura, se descubrió que se trataba de una mujer. Un puñetazo de realidad golpeó a todos:Marino había sido la víctima silenciosa de aquella historia. El abad ordenó llamar al posadero para que él mismo pudiera ver pruebas irrefutables de que acusaba a un hombre inocente. Cuando el posadero interrogó a su hija, ella confesó que había sido violada por un soldado y que este la amenazó con matarla si decía la verdad sobre ella. Tenía que buscar un culpable al que acusar... y le llegó el turno a Marino. Todos lloraron amargamente por sentirse responsables, en mayor o menor medida, de aquella terrible injusticia. Marina fue enterrada en el monasterio y el niño siguió la vida monástica de su putativo padre.

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Santa Marina es venerada en muchos lugares de Europa (España, Italia, Francia...) y también por la Iglesia católica maronita (Líbano, Siria, Egipto...), siendo la patrona de muchos pueblos, especialmente los italianos.