La disputa entre Becket y Enrique II llegó a un punto crítico con las Constituciones de Clarendon de 1164, que buscaban limitar el poder de la Iglesia en Inglaterra. Becket se negó a firmar las Constituciones y se exilió en Francia. Más tarde regresó a Inglaterra, pero enfrentó la oposición de los partidarios del rey, lo que llevó a su asesinato en 1170.
La cuestión de quién tenía razón en este conflicto es compleja y depende de la perspectiva de cada uno. Becket era un defensor de la autoridad de la Iglesia y creía que ésta no debería estar sujeta a la interferencia del rey. Enrique II, por otro lado, veía al rey como la autoridad suprema en Inglaterra y buscaba asegurarse de que la Iglesia no tuviera demasiado poder e influencia.
En términos de consecuencias históricas, el martirio de Becket elevó su estatus como santo y mártir y fortaleció la autonomía de la Iglesia. Sin embargo, el conflicto también debilitó la relación entre el rey y la Iglesia, lo que provocó un período de malestar y tensión en Inglaterra.
Por lo tanto, la cuestión de quién tenía razón entre Becket y el rey Enrique II es una cuestión de opinión y depende de la interpretación que uno haga del contexto histórico y de los valores y principios involucrados en el conflicto.