Factores económicos: Las potencias europeas buscaron nuevos territorios para obtener ganancias económicas y la adquisición de recursos. Las colonias y territorios brindaron acceso a materias primas, mercados para productos manufacturados y mano de obra barata, que eran esenciales para el crecimiento industrial y la expansión económica.
Darwinismo social: La ideología predominante del darwinismo social, que enfatizaba la competencia y la supervivencia del más fuerte, alentó a las potencias europeas a expandir sus imperios. Sugirió que las naciones más fuertes tenían el derecho natural de dominar a las más débiles, justificando la colonización y la conquista territorial.
Rivalidad geopolítica: Hubo una intensa competencia entre las potencias europeas para asegurar territorios estratégicos, estaciones de carbón y acceso a rutas comerciales. Buscaban hacerse con el control de ubicaciones geográficas clave para evitar que sus rivales obtuvieran ventaja.
Celo misionero y religioso: Las potencias europeas tenían un fuerte celo misionero por difundir el cristianismo y su cultura entre las poblaciones indígenas de las regiones colonizadas. Lo vieron como un deber moral y una forma de expandir su influencia religiosa.
Racismo y etnocentrismo: Muchos europeos creían en la superioridad inherente de su raza y cultura. Esto llevó a la creencia de que tenían el deber de "civilizar" a los pueblos "inferiores" de las regiones colonizadas.
Precedentes históricos: Las potencias europeas tenían una larga historia de exploración y colonización, y había una sensación de continuidad e impulso que impulsó su expansión a finales del siglo XIX.