El trato que Kim Il Sung dio a su pueblo se caracterizó por una combinación de miedo, propaganda y represión. Creó un culto a la personalidad en torno a él y su familia, y exigió lealtad absoluta a sus ciudadanos. Quienes eran considerados desleales o expresaban opiniones disidentes eran a menudo sometidos a castigos severos, incluidos encarcelamiento, tortura y ejecución.
Kim Il Sung también impuso un estricto sistema de control económico, que provocó pobreza generalizada y escasez de alimentos. La economía norcoreana estaba fuertemente militarizada y una parte importante de los recursos del país se dedicaban al ejército. Esto dejó poco para la población civil y muchos norcoreanos se vieron obligados a vivir en la pobreza extrema.
En términos de cultura, Kim Il Sung promovió una ideología rígida del Juche, que enfatizaba la autosuficiencia y la independencia nacional. Intentó aislar a Corea del Norte del mundo exterior y controlar todas las formas de expresión cultural. Esto llevó a una supresión de la libertad de expresión, religión y expresión artística.
En general, el trato que Kim Il Sung dio a su pueblo estuvo marcado por un desprecio por los derechos humanos y un deseo de mantener el poder absoluto. Sus políticas resultaron en sufrimiento, pobreza y opresión generalizados.