Cuando César se acercaba a Roma, fue recibido por una gran y entusiasta multitud de sus seguidores, quienes lo vitorearon y lo aclamaron como a un héroe. Sin embargo, los optimates, liderados por Catón el Joven y Cicerón, intentaron bloquear la entrada de César a la ciudad, argumentando que debía disolver su ejército y entrar en Roma como ciudadano privado. César se negó, insistiendo en que tenía derecho a entrar en Roma con su ejército como general victorioso, y finalmente entró por la fuerza en la ciudad.
Una vez en Roma, César se dedicó a consolidar su poder. Se reunió con el Senado y exigió que se confirmaran sus actos en la Galia, lo que finalmente se hizo, aunque no sin oposición. También comenzó a recompensar a sus partidarios y castigar a sus enemigos, y finalmente emergió como la figura política dominante en Roma.