La Primera Guerra Mundial tuvo un profundo impacto en el movimiento progresista y, en muchos sentidos, puso fin al movimiento. La guerra desvió los recursos y la atención del pueblo estadounidense de las cuestiones internas a los asuntos exteriores. La necesidad de reforzar el ejército y luchar en la guerra tuvo prioridad sobre las reformas progresistas. Además, la guerra creó un clima de miedo y patrioterismo que dificultó que los progresistas defendieran sus ideas.
La guerra también provocó un aumento del conservadurismo y una reacción violenta contra el movimiento progresista. Muchos estadounidenses llegaron a creer que la guerra había expuesto las debilidades del sistema político estadounidense y que el país necesitaba volver a un orden más tradicional. Esta reacción se reflejó en las victorias políticas de los conservadores en la década de 1920.
Finalmente, la guerra creó una sensación de desilusión y frustración entre muchos progresistas. Habían creído que sus reformas podrían crear un mundo mejor, pero la guerra parecía demostrar que el progreso humano era imposible. Esta pérdida de fe en el progreso debilitó aún más el movimiento progresista.