Imperialismo:
Los países europeos habían estado compitiendo por colonias y recursos en todo el mundo desde el siglo XVIII. A principios del siglo XX, las principales potencias se habían dividido en gran medida el mundo entre ellas. Esta competencia por las colonias provocó una mayor tensión y rivalidad entre países.
Nacionalismo:
El nacionalismo, o la creencia en la superioridad del propio país, se convirtió en una fuerza poderosa en Europa en el siglo XIX y principios del XX. Esto condujo a una mayor competencia y conflicto entre países, ya que cada uno buscaba afirmar su dominio y proteger sus intereses nacionales.
Militarismo:
Las principales potencias europeas participaron en una carrera armamentista en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Fortalecieron sus ejércitos y desarrollaron nuevas armas, como tanques, aviones y submarinos. Esta carrera armamentista creó una sensación de inseguridad y sospecha entre los países, ya que cada uno temía ser atacado por sus rivales.
Fracaso de la Sociedad de Naciones:
La Liga de Naciones era una organización internacional que se había creado después de la Primera Guerra Mundial para prevenir conflictos futuros. Sin embargo, la Liga no pudo evitar el estallido de la Segunda Guerra Mundial, ya que carecía del poder y el apoyo para hacer cumplir sus decisiones.
El desencadenante:
El desencadenante inmediato de la Segunda Guerra Mundial fue la invasión de Polonia por parte de Alemania en septiembre de 1939. Gran Bretaña y Francia, que habían garantizado la independencia de Polonia, declararon la guerra a Alemania en respuesta a esta invasión. Esto marcó el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.