Los leales, los conservadores y la élite rica en general vieron la rebelión de Shays como un desafío inaceptable a la autoridad del gobierno. Estaban preocupados por la amenaza a la propiedad privada y el potencial de desorden social si la rebelión tenía éxito. Creían que los rebeldes debían someterse a las leyes establecidas y buscar reparación de sus agravios por medios legales.
Por otro lado, muchos agricultores de clase media y baja, que simpatizaban con la difícil situación de los rebeldes, veían la rebelión de Shays como una respuesta justificable a las dificultades económicas y la opresión política y económica. Vieron la rebelión como un medio para abordar sus preocupaciones sobre la deuda, los impuestos y la falta de representación en la legislatura estatal. Creían que los rebeldes defendían los derechos del hombre común y buscaban una sociedad más equitativa y democrática.
También hubo un tercer grupo de estadounidenses que adoptó una posición más moderada sobre la rebelión de Shays. Reconocieron la gravedad de la rebelión y la vieron como una amenaza potencial a la estabilidad, pero también entendieron los agravios de los rebeldes y buscaron encontrar una solución pacífica al conflicto.
En última instancia, el debate sobre la rebelión de Shays reflejó divisiones más profundas dentro de la sociedad estadounidense y condujo a llamados a favor de un gobierno federal más fuerte que pudiera abordar las preocupaciones y conflictos de diferentes grupos.