El aislacionismo ha tenido éxito en algunos países en determinados momentos. Por ejemplo, durante siglos la política japonesa adoptó una política de aislamiento conocida como sakoku, que ayudó al país a preservar su identidad cultural e independencia. De manera similar, la postura neutral de Suiza le ha permitido al país evitar la mayoría de los principales conflictos que han envuelto a Europa a lo largo de los siglos.
Sin embargo, como estrategia a largo plazo, el aislacionismo a menudo ha fracasado. Las políticas aislacionistas pueden impedir que los países participen plenamente en la economía global y también pueden hacerlos más vulnerables a los ataques de potencias extranjeras. Además, el aislacionismo puede generar una sensación de complacencia, lo que puede hacer que los países estén menos preparados para los desafíos de un mundo cambiante.