Por Rainer Sousa
Eric Hobsbawn, un conocido historiador del siglo XX, fue autor de una interesante obra en la que publica varios artículos que analizan la génesis de algunas tradiciones. A su juicio, varias de las manifestaciones que buscan definir la identidad de una determinada cultura surgen de intereses responsables de la elección de signos, rituales y narrativas que perpetúan una visión del pasado. En muchas situaciones, una “tradición inventada” se convierte en una “verdad”.
Uno de los casos más recientes y famosos de tradición inventada se viene desarrollando en América Latina, bajo la tutela del presidente venezolano Hugo Chávez. Siendo un líder político controvertido y blanco de numerosas críticas, Chávez muchas veces legitima una porción significativa de sus actos políticos con la realización de un discurso que se basa en viejas categorías políticas que recuerdan los tiempos de la Guerra Fría. Entre otros puntos, la lucha contra el imperialismo es una expresión fácil de sus declaraciones.
La preocupación por mostrarse como un defensor de la autonomía de América Latina o un militante contra los intereses de las naciones más ricas e influyentes viene a configurar otra comprensión de la historia. En varias ocasiones, el presidente venezolano señala a Simón Bolívar como su gran referente político. En cierto modo, busca consolidar la idea de que sus perspectivas se basan en demandas que hacen referencia a las gestas del difunto héroe revolucionario.
Sin embargo, Hugo Chávez no parece satisfecho con la mera participación de Bolívar en varios procesos independentistas del continente americano. Esto se debe a que todo el tono heroico que envuelve la trayectoria política de este personaje histórico no fue coronado con un final épico. Es decir, después de derrotar a tantos enemigos y participar en tantas batallas, el líder revolucionario venezolano terminó fulminado por las tormentas de la tuberculosis.
Dudando que el héroe del pasado hubiera muerto por causas naturales, el actual presidente de Venezuela decidió posibilitar un proceso de exhumación del cuerpo de Simón Bolívar. La extraña decisión se basa en la desconfianza que tiene el jefe de Estado sobre las circunstancias reales de la muerte de su querido héroe nacional. Chávez y otros miembros de su gobierno sospechan que el memorable “libertador de América” fue víctima de un asesinato planeado por miembros de las oligarquías locales.
La investigación parece no tener ningún sustento que vaya más allá de los intereses personales de Hugo Chávez. En varios de los escritos que preceden a su muerte, Bolívar se queja de varios malestares físicos que probarían la contracción de la tuberculosis. Aun así, la comisión de científicos apoyada por el gobierno venezolano insiste en hablar de la existencia de “documentos secretos” que desenmascararían el terrible plan ideado por miembros de los gobiernos británico, español y norteamericano.
Este es ciertamente un intento de reescribir la historia latinoamericana desde la perspectiva de intereses que favorecen la lógica del régimen chavista. Al probar el terrible asesinato, Chávez conquistaría un argumento irrefutable de que los esquemas de las potencias imperialistas se perpetuaron en la historia de su país. Además, reforzaría la idea de que su heroico papel político es también blanco de persecución y mentiras que se evitarían con la amplitud de su presencia en el poder.