Por Rainer Sousa
Al contrario de lo que parece, el desarrollo de los grandes centros urbanos no fue sólo un espacio para la expansión de las actividades capitalistas. Junto al crecimiento de las ciudades, observamos una gran demanda de atracciones, espectáculos, espectáculos y parques que pudieran ofrecer alguna distracción a los miles de profesionales y trabajadores de la época. Fue en este contexto que la región de Coney Island en Nueva York se convirtió en uno de los centros de entretenimiento más populares de Estados Unidos.
Desde el siglo XIX, esta parte de la costa neoyorquina se ha convertido en un gran laboratorio para la creación de nuevo entretenimiento. Hacia 1884, ese lugar fue campo de pruebas de la primera montaña rusa de la historia. En el año 1925, la montaña rusa “Thunderbolt” fue desarrollada por el ingeniero John Miller y permaneció activa hasta principios del siglo XXI.
Con el tiempo, el éxito de las atracciones de Coney Island dividió el lugar en diferentes parques de diversiones que compiten por la atención del público. En ese afán por despertar la curiosidad de los demás, el empresario Samuel W. Gumpertz, propietario del Dreamland Circus Sideshow, acabó creando el primer circo de los horrores que conocemos. En el apogeo de su empresa, exhibió indios de Filipinas, miembros de tribus africanas y un “país” habitado por 212 enanos.
Durante mucho tiempo, las atracciones de Coney Island fueron un verdadero mito en el mundo del entretenimiento. Sin embargo, la llegada de la década de 1960 impuso una época difícil para el lugar. Inicialmente, porque un incendio terminó dañando gran parte de la estructura del lugar. Además, la creación de Disneylandia prácticamente impuso una competencia desleal a ese lugar impregnado de risas y pasado.
Actualmente, los parques y terrenos de Coney Island son objeto de una intensa especulación inmobiliaria. Hace unos años, una empresa constructora llamada Thor Equities compró Astroland, uno de los parques más emblemáticos de la zona. Sintiendo el amenazador cambio de los vientos, varios fanáticos del lugar organizan marchas y una petición, que será enviada a la ciudad de Nueva York, que defiende el mantenimiento de las atracciones de Coney Island.
Independientemente de su mantenimiento, podemos ver que Coney Island marcó toda una época y también sirvió como símbolo para quienes refutan la seriedad de la vida cotidiana. En 1968, el poeta beatnik Lawrence Ferlinguetti tituló una de sus obras “Coney Island of the Mind”. En la década siguiente, el cantante Lou Reed se refugió allí para afrontar sus problemas con las drogas y componer nuevas canciones.