Ya en 1936, la U.M.E. había hecho algunos intentos de crear este clima. Los comandantes de dos de las nueve divisiones del ejército regular español, el general Miguel Cabanellas, de la V División con base en Zaragoza, y el general Rafael Villegas, de la I División con base en Madrid, estuvieron implicados en la conspiración cuyo jefe fue el gobernador militar de Pamplona, general de brigada Emilio Mola. Un papel clave en la trama estaba reservado al general Francisco Franco.
Franco fue un soldado enteramente entregado a su oficio, reconocido por su valentía y su insolente suerte en la batalla. Brillante organizador, hombre de disciplina y rigor, había remodelado por completo la Legión Extranjera española durante los cuatro años que la comandó, de 1923 a 1927, y la había convertido en una fuerza de combate sumamente eficaz.
Además, muy cauteloso, se unió a los conspiradores bastante tarde. El gobierno, que lo consideraba inseguro, lo había asignado a un mando sin importancia en las Islas Canarias. Pero antes de asumir el cargo, Franco advirtió –con cierta brutalidad– al primer ministro sobre los peligros del comunismo. Este último respondió que sus comentarios eran absurdos e infundados y Franco decidió unirse al levantamiento militar para "salvar a España".
El plan de campaña de Mola era apoderarse de toda la provincia de Navarra y luego avanzar hacia Madrid con cuatro columnas de asalto lanzadas en arco, de norte a noroeste, contra la capital. A Franco se le encomendó un papel clave:ser reconocido como comandante en jefe del ejército africano en Marruecos, dirigirlo en suelo español y marchar sobre Madrid desde el suroeste. También se hicieron planes cuidadosamente diseñados para asegurar la neutralidad de otros generales que eran fundamentalmente leales al gobierno, aunque en desacuerdo con su política, para que no pudieran interferir con el plan.
La rebelión estalló casualmente unas horas antes de lo esperado, el viernes 17 de julio de 1936, y en lugar de un levantamiento planificado y coordinado en toda España, se produjo una sucesión de golpes aislados durante los tres días siguientes. A pesar de las lentas y confusas reacciones del poder, el propio pueblo español frustró la rebelión en muchos lugares. Madrid, Valencia y muchas otras ciudades más pequeñas resistieron con éxito; Tres de las provincias vascas, toda Cataluña y la mayor parte del este de España, desde la frontera francesa hasta Almería, permanecieron leales al gobierno.