Cuando aterrizó por primera vez en África, en 1958, el gran reportero polaco Ryszard Kapuscinski quedó literalmente deslumbrado:“El impacto fue la luz, intensa y brillante. La historia antigua de este continente es tan exótica como el libertinaje del sol. Porque, contradiciendo un lamentable cliché, África tiene una historia, e incluso una historia muy larga, que estos nombres evocadores declinan como los sueños de Rimbaud:Mâli, Kanem, Makouria, Abisinia, Ife, Zimbabwe, Tombuctú, Napata, Méroé, etc. /P>
Como señala François-Xavier Fauvelle, África nunca se ha quedado quieta. Albergó reinos como los de Ghâna y Mâli en la Edad Media o, más tarde, los de Kongo y Dahomey. También conoció ciudades-estado como Mombasa, en la actual Kenia, o Kilwa, en Tanzania, e incluso formas singulares de organización, como los cacicazgos de las sabanas de África Occidental.
Lejos de estar tan aislado como se ha dicho, este continente ha sido tierra de comercio desde la antigüedad, ya sea con la India, China o Europa. Y si África, contrariamente a otro prejuicio, sabía escribir, los textos que nos han llegado son raros y lapidarios. ¿Cómo explicar esto? ¿Y por qué también las ciudades imponentes se han desvanecido como espejismos en el desierto, sin dejar restos? Tantas preguntas persistentes (entre otras) a las que los historiadores han podido dar respuestas sorprendentes.