El reino visigodo fue la primera entidad política de un cierto eje, en la Hispania que quedó huérfana tras la caída del Imperio Romano. Un pueblo, los visigodos, de marcado carácter militar que había surgido de las frías tierras del norte, y que, al llegar a la Península Ibérica, tuvo que seguir luchando para asentarse. Como ejemplo, hoy traemos las dificultades que atravesaron los reyes visigodos para conquistar la rica región romana de la Bética, encabezada por la poderosa ciudad de Córdoba.
El problema de la fuente.
Antes de entrar en materia, es necesario hacer una observación; Se sabe muy poco sobre los visigodos, de ahí que, al narrar algunas partes de su historia, podamos caer en errores o imprecisiones. No hubo ni uno solo de ellos que se dignara contar la historia de su pueblo, o si la hubo, los árabes se encargaron de borrarla de la faz de la tierra de un plumazo.
Lo que sabemos de ellos procede, entre otros, de los católicos que sufrieron su llegada a la Península, por ejemplo, el arzobispo de Sevilla, San Isidoro, o el lusitano Juan de Biclaro. Otros contemporáneos que nos contaron su historia fueron extranjeros como el franco Gregorio de Tours, o el más importante para este tramo de la historia, el bizantino al servicio de Justiniano Procopio de Cesarea.
El Arzobispo de Sevilla San Isidoro
Por otro lado, no podemos olvidar un hecho esencial, los visigodos fueron más legisladores que historiadores. Ya que los principales escritos que nos han llegado de esta época son las actas de los concilios celebrados por reyes, nobles y clérigos, que se convirtieron en auténticos órganos de gobierno del estado visigodo. También hubo quienes intentaron, tras la desintegración de dicho estado, mantener a flote su historia reescribiéndola al amparo de las antiguas leyendas transmitidas oralmente y los registros antes mencionados. De todos ellos destaca uno por encima de todos:el rey asturiano Alfonso III, con la reivindicación de él como heredero del reino visigodo. Con todas estas piezas, la historiografía actual nos ha contado los detalles de la historia del Reino Visigodo.
La corte visigoda de Sevilla.
Comenzamos nuestra historia en un palacio desconocido de la ciudad de Sevilla, era el año 549. La escena no deja lugar a dudas, el último rey visigodo de ascendencia ostrogoda aparece en el centro, Teudiselo. Su cuerpo parece un colador adornado con varias dagas, a su alrededor, una serie de nobles con las manos ensangrentadas lucen satisfechos.
¿Quiénes eran estos nobles? Ahora empiezan las dudas:Según San Isidoro de Sevilla eran maridos descontentos y con una buena dosis de cuernos. Nos parece que el arzobispo de Sevilla pretendía desacreditar al rey visigodo. Los acontecimientos posteriores nos hacen sospechar de dos facciones muy diferentes. Por un lado, los partidarios de implantar un nuevo rey de ascendencia visigoda, y sacar así del poder a los ostrogodos. Del otro, los nobles de la Bética, la región más rica de Hispania, que no tenían intención de seguir apoyando con sus ganancias a la naciente monarquía visigoda.
Es necesario destacar el aspecto de la riqueza de la Bética. Si hoy buscáramos pistas sobre el convulso siglo VI en un yacimiento andaluz encontraríamos materiales muy similares a los de los siglos IV o V. Es decir, el comercio con el norte de África siguió su curso ya que en el Bajo Imperial el aceite y el vino de la Bética seguían abasteciendo los mercados mediterráneos. No ocurre lo mismo más al norte, ya que a partir del siglo V la decadencia imperial nos deja escasos registros arqueológicos, y una creciente autarquía forzada por las guerras provocadas por los recién llegados. La propia imposición de la primera capital visigoda de Hispania en Sevilla, según Procopio de Cesarea, es una razón más que significativa de que fuera la provincia más rica de la nueva Hispania visigoda.
Volvemos a la historia para encontrarnos con el sustituto del desafortunado Teudiselo. No está claro cuáles fueron sus motivos para llegar al poder, pero Agila, arriano de principio a fin, lo toma. Entre sus virtudes parecía estar la guerra y su determinación contra los católicos.
Poco después de su nombramiento se dirige contra la ciudad de Córdoba. No conocemos detalles del estatus político de esta ciudad, aunque es de suponer que mantenía cierta independencia respecto del poder central visigodo. Y sobre todo económico, con sus ricos terratenientes ejerciendo el poder del mencionado comercio mediterráneo. Además, eran religiosamente partidarios de mantener el catolicismo en la ciudad. En definitiva, se encontraron cara a cara con un rey arriano con necesidades económicas, y una ciudad que no quería perder su estatus económico y mucho menos sus preferencias religiosas.
Hallados restos visigodos bajo la mezquita de Córdoba.
El resultado fue una contundente derrota de los Agila. Las tropas al servicio de los nobles cordobeses expulsaron a los visigodos, mataron al hijo del rey y también le robaron el tesoro real de Agila. Este último aspecto es interesante para entender los problemas que estaban teniendo los visigodos para establecerse en la Bética. La falta de un capital fijo, presumiblemente habían perdido Sevilla, les llevó a tener que transportar su tesoro de guerra a la guerra como en el pasado.
La oportunidad bizantina.
Tras la derrota, Agila se retira a la ciudad de Mérida para ver cómo aparece un nuevo poder de la Bética al que enfrentarse. Atanagildo, duque visigodo, más partidario del entendimiento con los católicos, y afincado en la ciudad de Sevilla, se proclamó rey visigodo. Acababan de comenzar cuatro años de guerra civil, la excusa perfecta para que un nuevo pretendiente se hiciera con el control de la antigua Hispania romana.
Justiniano, el emperador bizantino, y su proyecto de reconquistar todos los territorios perdidos por el Imperio Romano, encontró una oportunidad única con la guerra civil entre los visigodos. Tras conquistar Italia y el norte de África, en el año 552, ante la llamada de auxilio de Atanagildo, los bizantinos desembarcaron en Hispania. Al mando del pequeño contingente estaba el general Félix Liborio, veterano militar bizantino, ex prefecto de la Galia, que no dudó en unir sus fuerzas a las del nuevo rey visigodo, para derrotar a las tropas de Agila que asediaban Sevilla. /p>
El ejército bizantino no debería haber intervenido muchas más veces en la guerra civil propuesta. Entre los años 552-555 los visigodos se desangraron entre ellos, ante la mirada impasible de los bizantinos que se iban apoderando de todas las ciudades costeras del sur de Hispania. Podemos pensar que los habitantes de la Bética prefirieron rendir homenaje a un cristiano romano, que a un arriano llegado del norte.
Atanagildo y los visigodos en el filo de la navaja.
Finalmente Agila sufrió el mismo destino que su predecesor, aparentemente asesinado por sus propios hombres cansados de la batalla. Tras esta muerte, Atanagildo tomó el control exclusivo del estado visigodo. Visto en perspectiva, el regalo de los hombres de Agila parece difícil de digerir.
El reino visigodo estaba al borde de un precipicio. Los ejércitos visigodos diezmados, y el estado en total quiebra sin posibilidad de recuperar el tesoro real perdido en Córdoba. Como si sus propios problemas no fueran suficientes, detrás de las fronteras del estado visigodo, muchos vecinos dispuestos a aprovecharse de la debilidad visigoda. Los bizantinos controlaban el comercio mediterráneo, Córdoba protegida por los pactos con los primeros, al noroeste los suevos que pretendían hacerse católicos para unirse a los bizantinos, y finalmente los completamente independientes cántabros, asturianos y vascos. Ante tal escenario, si los visigodos se levantaron fue porque eran un pueblo decidido.
No se puede decir que Atanagildo desatendiera las campañas militares. Hay constancia de diversos intentos de expulsar a los bizantinos de las principales ciudades mediterráneas, Cartagena o Málaga. También es conocido el control que ejercían desde Sevilla, gracias a la nobleza de la zona, partidaria desde su época como duque de la Bética. Aunque la conquista de Córdoba siguió siendo su talón de Aquiles, encontrándose una y otra vez con la oposición de sus ciudadanos, posiblemente apoyados por los vecinos bizantinos. Todas estas batallas continuaron socavando las paupérrimas arcas visigodas.
Pero en los doce años del reinado de Atanagildo entre los años 555-567 no todo fueron malas noticias. Tuvo la decisión acertada de llevar la capital a Toledo, desde ese momento y hasta la invasión árabe la principal ciudad de los visigodos en Hispania. Los vecinos francos del norte llegaron a la corte allí instalada en busca de las princesas visigodas, Brunilda y Galsvinda, para convertirlas en reinas de algunos estados francos. Este aspecto hace pensar que el prestigio visigodo seguía intacto, especialmente en Septimania, su primer lugar de residencia tras emigrar de la zona de los Balcanes, a principios del siglo V.
Septimania era la zona más septentrional del Reino Visigodo.
Tras su muerte por causas naturales, otro síntoma de estabilidad política, le sucede un duque de Septimania. Liuva es proclamado por sus hombres nuevo rey visigodo. No podemos negar que la decisión fue extraña, ya que la elección fue consensuada y muy alejada del verdadero centro de poder en Toledo. Pero un aspecto nos dice que posiblemente existieron consensos muy importantes entre la más alta nobleza visigoda. La Septimania estuvo a punto de entrar en crisis, los francos pronto se olvidaron de los pactos matrimoniales, pretendiendo atacar el norte del reino visigodo. Es en este contexto donde surge la decisión más acertada de los visigodos; Liuva nombra sucesor a su hermano Leovigildo, y lo envía a gobernar la parte hispánica del reino desde la capital de Toledo.
Leovigildo el conquistador de Córdoba.
Nada más llegar al poder y mientras su hermano se ocupaba de la frontera norte, Leovigildo se puso manos a la obra. Dos propósitos firmes aparecen en la agenda del nuevo inquilino de la corte visigoda de Toledo.
Mapa de la Península en tiempos de Leovigildo
El primero en dar prestigio a la monarquía visigoda para ponerla a la par de sus vecinos bizantinos. Esto sucedió copiando su ceremonial; el rey debía vestirse de púrpura, entronizarse con una corona de oro y recibir a sus súbditos en un trono suntuoso. El segundo de los proyectos era aún más ambicioso; reunir y someter a todos los pueblos de la Península bajo un mismo hombre, evidentemente el mismo. Estaba claro que para lograr ambos propósitos necesitaba grandes recursos financieros, pero también estaba claro que sabía de dónde debían venir.
La conquista de Córdoba necesitaba de una buena preparación. Esto pasó a aislarla de sus fieles aliados los bizantinos, quienes afortunadamente para Leovigildo no pasaban por su mejor momento. Recientemente habían perdido el control de Italia y el norte de África, por lo que el aislamiento fue una maravillosa oportunidad para que los visigodos debilitaran aún más a su enemigo.
Leovigildo
En el año 570, Leovigildo se propone comenzar a saquear la provincia bizantina. El lugar elegido es la rica Málaga, si la conquistaba conseguiría partir la provincia en dos, lo que dificultaría las comunicaciones entre las guarniciones militares. No consiguió su objetivo, pero al menos empezó a llenar las arcas visigodas con diversos botines de las ciudades periféricas de la capital malagueña. Algo más exitoso tuvo Leovigildo en la expedición del año siguiente a Medina Sidonia. El imponente castillo heredado de los romanos fue una magnífica torre de vigilancia para controlar la parte occidental de la provincia bizantina. Pues bien, por alguna razón desconocida uno de los guardias bizantinos abrió la puerta de la fortaleza, los visigodos entraron y remataron a la guarnición que protegía el castillo.
Ante estas incursiones visigodas en territorio bizantino, podemos pensar que estos últimos habían perdido gran parte de su potencial ofensivo, quedando la toma de Córdoba en manos de los visigodos. Según las fuentes fue en una noche, la alta nobleza pronto entregó las armas ante el nuevo poder que se avecinaba. La ciudad fue saqueada, el tesoro real se recuperó en gran medida y pronto se impusieron nuevos impuestos a los nobles de la Bética. Ahora Leovigildo ya contaba con los recursos económicos que necesitaba, cayeron sucesivamente los suevos, los astures, los cántabros o los vascones. A la muerte del rey visigodo en el año 586, sólo una estrecha franja marítima quedó en manos de los últimos bizantinos de la Península.
Más información:
Historia antigua de la Península Ibérica, época tardoimperial y visigoda, J. J. Sayas Abengochea y Manuel Abad Valera, Ed. Año 2013
Breve historia de los godos, Fermín Miranda García, Ed. Nowtilus, 2015
Visigodos, José Javier Esparza, Ed. Esfera de libros, 2018