
El castillo de Sarre está situado en el valle alpino de Aosta, a poco más de 15 kilómetros de la capital que da nombre al valle. Este castillo está situado sobre una pequeña colina en el pequeño pueblo de Sarre, desde donde se domina perfectamente la cuenca del río Dora Baltea.
Breve historia del Castillo de Sarre
Los restos más antiguos encontrados en el cerro pertenecen a una fortificación del siglo XII. Curiosamente se ha podido comprobar que en 1242 pertenecía a Amadeo IV de Saboya, algo que presagiaba la historia que sigue.
Desde ese siglo XIII apenas quedan testimonios de sus habitantes, hasta principios del siglo XVIII en el que encontramos a Jean François Ferrod. Este último, un rico industrial de la época, que se dedicó a las explotaciones mineras de la zona y con las que amasó una fortuna que le sirvió para la compra del Castillo de Sarre en 1708 y su posterior remodelación. Precisamente de esta época es el castillo que hoy podemos visitar, ya que del antiguo medieval no queda absolutamente nada. Aunque de poco le sirvió a Jean François esta remodelación, ya que tras la misma el precio de sus participaciones se desplomó, llevando al industrial a la ruina. Poco después fue encarcelado y morirá en la fortaleza de Bard en 1730.

Víctor Manuel II
Después de esta muerte, el castillo cambió de manos varias veces, hasta que en 1869 fue adquirido por el primer rey de Italia, Víctor Manuel II. Por tanto el castillo después de seis siglos de historia volverá a manos de la Casa de Saboya. A partir de este momento comienza la historia de los cuernos, aunque debo hacer un inciso. Los que habéis entrado en la lectura buscando una telenovela, lamento haberos decepcionado. Aunque creo que los amantes de la historia y la naturaleza disfrutarán el resto de la historia.
Víctor Manuel II
Antes de hablar del primer rey de Italia, es necesario presentar al protagonista principal de la historia del Castillo de Sarre. Se trata del Ibex, es decir, la cabra montés de los Alpes, ya que es la única cadena montañosa del mundo en la que están presentes. Es necesario señalar que en la zona se instaló una especie de creencia según la cual diversas partes del cuerpo del íbice tenían propiedades medicinales y terapéuticas. Por este motivo, incluso se elaboraban talismanes con ciertos huesos de bóvidos, para protección contra la muerte. Esto llevó a que este animal, cuyos cuernos podían medir más de un metro, prácticamente desapareciera a principios del siglo XIX.

Ejemplar de cabra montés macho
Volviendo a Víctor Manuel II debemos decir que fue un consumado cazador. Su zona de caza favorita eran los valles cercanos al castillo de Sarre, concretamente los de Cogne y Valsavarenche. No en vano se conserva en la zona uno de los refugios de montaña más importantes de los Alpes, que lleva el nombre del primer rey de Italia. Teniendo en cuenta que, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, la única zona donde se conservaban cabras montesas era precisamente en los valles nombrados, Víctor Manuel II decidió crear en 1856 la Real Reserva de Caza del Gran Paradiso.
Unos años más tarde, como se cuenta en 1869, se instala definitivamente en el castillo de Sarre, que reforma con una nueva torre y sobre todo la zona de cuadras, muy necesaria para el propósito de cazar. Respecto a nuestro protagonista, la cabra montés pasará una época relativamente tranquila, en definitiva, si sólo pudieran ser cazados por el rey y su séquito su población aumentaría en número.
Humberto I
En 1878 murió Víctor Manuel II, su hijo Umberto I de Saboya le sucedió en el cargo. A partir de este momento, la historia de nuestro amigo el íbice volverá a estar en peligro. La causa es la caza indiscriminada que inicia este nuevo rey, el motivo es la renovación de las salas del Castillo de Sarre. De hecho, ser el único con acceso al coto de caza real debía ser una especie de placer perverso, en definitiva, la creencia en los poderes curativos del animal seguía vigente.

Figura de Humberto II en plena caza
He de reconocer que esta parte de la visita resulta bastante desagradable, y más para un amante de la naturaleza como el que se suscribe. Hay varias salas y pasillos adornados con los cuernos del macho montés, pero las hembras también tienen un lugar en la masacre de Humberto I. Con las imágenes que verás a continuación realmente no hay palabras, definitivamente, que mal gusto el segundo rey de Italia.

Uno de los pasillos adornado con cuernos de íbice macho

Detalle de una bocina

Las hembras también tenían "derecho" a adornar los aposentos reales
Su reinado duró 22 años, hasta que fue asesinado en el verano de 1900 por un anarquista en la ciudad de Monza. Posiblemente gracias a este asesinato podamos seguir disfrutando de la cabra montesa en las montañas alpinas.
Víctor Manuel III
Afortunadamente, el último rey de Italia no heredó ni el gusto decorativo de su padre ni, en cierta medida, la pasión de su abuelo por la caza. Aunque posiblemente también la época en la que reinó no debería haber tenido tanto tiempo libre, ni fácil acceso a la residencia de verano, al menos en el periodo de la Gran Guerra.
Si en el año 1900 la cabra montesa estaba a punto de desaparecer, tras la Primera Guerra Mundial en el año 1922, Víctor Manuel III decidió vender sus territorios de caza al gobierno italiano. El motivo de la institución del primer Parque Nacional en Italia, su nombre Gran Paradiso, por cierto, este nombre es un gran éxito.
Parque Nacional Gran Paradiso.
Sin duda una auténtica joya de la naturaleza, sus más de 70.000 hectáreas están repletas de cabras montesas, fáciles de detectar por el camino. Pero evidentemente no están solos, ya que les acompañan rebecos, ciervos, marmotas, un gran número de aves e incluso depredadores como lobos y linces.

Dicho esto, un auténtico paraíso, en este caso la entrada a uno de los lugares favoritos de Víctor Manuel II, Valsavarenche.
Evidentemente aparte de espectaculares paisajes montañosos con picos superiores a los 4.000 metros, ríos, cascadas, enormes bosques de abetos y un amplio etcétera que quizás no venga a cuento. Pero no quiero perder la oportunidad de aplaudir la decisión de Víctor Manuel III, la protección de la cabra montesa y sus cuernos, ha valido la pena un paraíso.