“Inglaterra tuvo que elegir entre el deshonor y la guerra. Prefirió la deshonra y tendrá la guerra".
Si, de las docenas de dichos atribuidos a Winston Churchill, descartamos la mitad de ellos por cursis o exagerados, y del resto sólo dejamos aquellos que realmente tienen algo que decir, entonces la cita anterior merece un lugar en la parte superior. Es la declaración profética que se produjo apenas tres días después del Acuerdo de Munich, que se firmó un día como hoy en 1938.
A la Conferencia Internacional convocada apresuradamente para evitar la guerra entre Alemania y Checoslovaquia asistieron Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, pero no Checoslovaquia. A los representantes del país que vieron sus fronteras amenazadas se les anunció simplemente el resultado de la conferencia, que todos celebraron, excepto los directamente interesados. Pero antes de ver cuál fue este resultado, averigüemos qué pedía la Alemania nazi.
Hitler ya había anexado Austria incruentamente en marzo de 1938 y ahora había puesto su mirada en la región de los Sudetes, que pertenecía a la entonces Checoslovaquia unida. En esa región vivían tres millones de hablantes de alemán y bajo el pretexto de estar oprimidos, luchó para lograr el resurgimiento del otrora poderoso Imperio Alemán.
El 22 de septiembre, Hitler endureció su postura y exigió la cesión inmediata de los Sudetes a Alemania y la evacuación de la población checoslovaca antes de fin de mes. Al día siguiente, Checoslovaquia respondió con el servicio militar obligatorio inmediato. El 24 de septiembre, Francia, que hasta entonces había garantizado la seguridad de Checoslovaquia, también respondió movilizando sus unidades de combate.
En realidad, sin embargo, ni el Primer Ministro francés, Edouard Daladier, ni el Primer Ministro inglés, Neville Chamberlain, deseaban en modo alguno enfrentarse militarmente a Hitler. Preferían la diplomacia y una política de apaciguamiento, decisiones por las que la historia los juzgaría muy duramente en los años venideros. Y entonces decidieron arrastrarse hasta la mesa de negociaciones.
En las primeras horas del 30 de septiembre, en Munich, Adolf Hitler, Benito Mussolini y los primeros ministros de Gran Bretaña y Francia firmaron el Pacto de Munich mediante el cual los Sudetes fueron anexados al Tercer Reich. Según el acuerdo, Checoslovaquia estaba obligada a entregar a Alemania en un plazo de diez días los Sudetes, junto con todos los transportes, minas, empresas industriales y todo lo que se encontraba en su territorio.
Chamberlain y Daladier cedieron plenamente a las exigencias del dictador alemán, llegando el Primer Ministro británico incluso a mantener una reunión privada con Hitler en la que firmaron un acuerdo bilateral, el llamado "Acuerdo Chamberlain-Hitler". Según él, declararon el deseo mutuo de resolver cualquier disputa siempre mediante consultas.
Al regresar a su tierra natal, el Primer Ministro británico se mostró triunfante e insistió en que había concertado una "paz honesta". Lo mismo hizo Daladier, aunque se dice que al ver a la multitud vitoreando, le susurró a su vecino:"¡Tontos, si supieran lo que vitoreaban!".
Y tendría razón. Lo único que consiguieron fue abrir el apetito expansionista de Adolf Hitler. En marzo de 1939, el Führer invadiría el resto del país y unos meses después invadiría Polonia, desencadenando la Segunda Guerra Mundial.
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