En primer lugar, Bin Laden estuvo profundamente influenciado por interpretaciones extremistas del Islam que buscaban establecer un califato global. Consideraba a Estados Unidos como el principal obstáculo para este objetivo y consideraba los ataques al World Trade Center y al Pentágono como pasos necesarios para debilitar la influencia estadounidense en el mundo musulmán.
En segundo lugar, bin Laden tenía fuertes objeciones políticas a la participación de Estados Unidos en los asuntos de Oriente Medio, en particular su apoyo a Israel y la presencia de tropas estadounidenses en Arabia Saudita. Creía que las acciones de Estados Unidos faltaban el respeto a los valores islámicos y violaban la soberanía musulmana.
Además, Bin Laden tenía motivos personales para atacar el World Trade Center. En la década de 1990, Estados Unidos impuso sanciones al negocio de construcción de Bin Laden en Arabia Saudita, causándole importantes pérdidas financieras. Además, la presencia militar estadounidense en Arabia Saudita, donde se encuentran La Meca y Medina, fue vista como una afrenta a las creencias religiosas de Bin Laden.
En general, los ataques del 11 de septiembre fueron impulsados por una combinación compleja de extremismo ideológico, oposición política y agravios personales que bin Laden tenía contra Estados Unidos y sus políticas en el Medio Oriente.