Los chinos desempeñan un papel fundamental en el origen y desarrollo de la producción de seda. Si bien los orígenes legendarios atribuyen la génesis de la seda a la emperatriz Leizu, esposa del legendario Emperador Amarillo, las raíces reales de la sericultura se remontan aproximadamente al período Neolítico. Durante la cultura Yangshao (alrededor del 5000 al 3000 a. C.), los colonos chinos comenzaron a producir seda, lo que los convirtió en pioneros en el arte de criar gusanos de seda y desenredar sus capullos de seda.
Los chinos protegieron cuidadosamente sus técnicas de fabricación de seda y las mantuvieron como secreto de estado durante milenios. El mundo occidental permaneció a oscuras sobre el intrincado proceso de producción de la seda hasta el siglo VI d.C. Mientras el emperador bizantino Justiniano I buscaba romper el monopolio, dos monjes nestorianos contrabandearon de forma encubierta huevos de gusanos de seda escondidos dentro de sus bastones huecos hasta Constantinopla. Así comenzó la proliferación de la producción de seda en Europa.
A pesar de compartir los métodos, los chinos conservaron su supremacía en la industria durante muchos años debido a sus incomparables habilidades en la cría de razas superiores de gusanos de seda, el dominio de las técnicas de sericultura y el refinamiento de los métodos de tejido de la seda. Esto permitió la creación de tejidos de seda exquisitamente elaborados de extraordinaria calidad, suavidad y brillo lustroso, estableciendo la seda china como un símbolo de lujo y estatus muy apreciado en todo el mundo.