Al comienzo de la Guerra Civil, la Armada de la Unión estaba equipada principalmente con veleros de propulsión eólica, mientras que la Armada Confederada había comenzado a incorporar acorazados de vapor a su flota. Esta disparidad tecnológica dio a los confederados una ventaja significativa en la guerra naval, ya que los barcos propulsados por vapor eran más rápidos, más maniobrables y mejor adaptados a las demandas de la guerra moderna.
Recursos dispersos y falta de centralización:
La Armada de la Unión estaba distribuida en varios astilleros y puertos navales, lo que dificultaba la movilización y coordinación rápida de sus fuerzas. Además, la Marina estaba bajo el control del Departamento de Marina, que a menudo era lento e ineficiente en sus procesos de toma de decisiones, lo que obstaculizaba aún más la eficacia de la Marina.
Escasez de marineros y oficiales experimentados:
La Armada de la Unión adolecía de una falta de marineros y oficiales experimentados, ya que muchos habían renunciado para unirse a la Armada Confederada o buscaban oportunidades en la marina mercante. Esta escasez debilitó la capacidad de la Armada de la Unión para operar y mantener sus barcos de manera efectiva.
Astilleros y capacidades de fabricación inadecuados:
La Unión tenía una capacidad de astilleros limitada y recursos insuficientes para construir y reparar sus barcos rápidamente. Esto obstaculizó la capacidad de la Armada para expandir y mantener su flota durante la guerra.
Falta de una estructura de mando y una estrategia claras:
La Armada de la Unión carecía de una cadena de mando clara y, a menudo, operaba sin una estrategia unificada. Esto resultó en operaciones navales inconexas e ineficaces, particularmente en las primeras etapas de la guerra.