Historia de Sudamérica

La ociosidad como delito en el derecho penal inca

Escrito por:José Carlos Mendoza Valdez y Claudia Flores Fuentes
Introducción "El hombre no tiene naturaleza sino (...) historia"; Frase muy significativa de quien por excelencia puede considerarse el filósofo español más influyente del siglo XX. Y es que el acento puesto por Ortega y Gasset en la siempre esquiva meditación sobre el pasado nos persuade a señalar aspectos medulares de una figura criminal un tanto curiosa si la escuchamos desde nuestra perspectiva occidentalizada, pero que, por otra parte, estaba sabiamente regulado. en un derecho fundado en la costumbre, como lo fue el Inca, a través de proverbios, cuya presencia aún hoy se puede comprobar en muchos lugares de esta parte del continente.}
La ociosidad como delito en el derecho penal inca
El poder de trabajo en el Imperio Inca La fuerza laboral era, sin duda, el referente de riqueza por excelencia en una sociedad cuya economía se basaba principalmente en la agricultura, la ganadería y la minería. En consecuencia, el hecho de asignar al padre de familia una porción de tierra por cada hijo nacido no se estimaba tanto por la tierra en sí, sino por la fuerza de trabajo que representaba un miembro más en el proceso productivo. De ahí la estricta regulación construida en torno al trabajo, que, a su vez, se realizaba sujeto a un régimen colectivo, que no sólo indicaba -como bien señala Franklin Pease G. Y.- la participación de toda la comunidad del ayllu, sino que además esta participación era simultánea. 1]. Además de esto, el trabajo era obligatorio, por lo que los habitantes del Tahuantisuyo tenían algún trabajo que hacer, incluso cuando su acción parecía inútil. Al respecto, la historiadora María Rosworowski señala que en algunos valles extremadamente pobres donde la producción era sumamente escasa, los incas establecieron que se les gravara con porros de piojos vivos[2], tanto para asegurar la higiene del pueblo como para mantener ocupada a la gente. de alguna manera. tarea. En este sentido, como bien menciona Villavicencio, el ocio, la vagancia, el desempleo, no eran conocidos en la sociedad de los Incas. El hecho de nacer implicaba ciertos derechos, pero sobre todo el deber de trabajar. Por lo tanto, todos trabajaban, desde los incas hasta los de los estratos sociales más bajos, con la única excepción de los niños, los enfermos y los ancianos. Aunque en este último sentido Guamán Poma difiere parcialmente, en cuanto menciona que a los niños se les asignaban tareas propias de su edad, como pastorear, hilar, recoger flores, etc. Y a los más mayores, muchas otras como criar animales pequeños o tejiendo cuerdas. A quienes padecían algún defecto físico o psíquico se les encomendaban tareas basadas en las habilidades que poseían (tejer, cuidar casas, etc.). Finalmente, el trabajo mostró su carácter recíproco a través de dos modalidades, que, para los efectos de la presente glosa, sólo es necesario mencionar, la mitta y la minga, se manifiesta en el trabajo solidario entre los miembros del ayllu, y que en los trabajos que se realizaban en las tierras del Sol y del Inca.
La ociosidad como delito grave Ahora bien, trazadas, a grandes rasgos, las características que tuvo el trabajo en el Tahuantinsuyo, es nuestro deseo presentar las razones por las que creemos que la ociosidad era considerada un delito, tan grave que finalmente merecía la pena capital. El poder del Cusco inició su acelerada expansión, más allá del valle en el que inicialmente se instaló, en la primera mitad del siglo XV, con el advenimiento del Inca Pachacútec, vencedor de los Chancas. Este proceso ameritaba la asistencia de un aparato administrativo, religioso y militar, que, a su vez, se sostenía con el producto de la fuerza de trabajo de la población. Es decir, las tareas de conquista requerían haciendas lecheras abastecidas de alimentos, vestidos y armas para los ejércitos, o en su caso de artículos suntuosos, si la anexión de algún nuevo territorio al Tahuantinsuyo se realizaba pacíficamente y por reciprocidad, mediante ceremonias públicas en los cuales, además de comer y beber, el Inca, junto con los señores conquistados, les entregaban mujeres y artículos de lujo, fruto del trabajo de los artesanos que eran trasladados al Cusco desde diferentes regiones del naciente Estado. Otro aspecto importante es el de la redistribución que, de los frutos del trabajo en las tierras del Inca, se hacía a favor de los pueblos que padecían hambrunas, producto de fenómenos naturales como sequías o inundaciones de las tierras cultivadas. A esto tal vez sea necesario agregar que los funcionarios dedicados al culto cumplían una tarea ideológica de dominación, pues no hay que olvidar que quien llevaba la mascaipacha a la persona elegida para el gobierno era la Vila Oma, es decir, el sumo sacerdote, como señal de aprobación divina del nuevo gobernante. Todos estos funcionarios fueron apoyados por la producción de las Tierras del Sol. Lo dicho hasta aquí nos lleva a sostener que la fuerza de trabajo de la población era la principal fuente de sustento del poder cusqueño, de lo cual sólo podemos deducir la importancia de mantener ocupada a la gente, incluso cuando sea en tareas que no merecen, a primera vista, la mayor importancia; sin embargo, tales argumentos en nada mellan el carácter constructivo de la máxima que ordenaba a los habitantes alejarse de la ociosidad, que es, al fin y al cabo, la madre de todos los vicios, y en sí misma radica su consideración como delito en el antiguo Perú. .

La ociosidad como delito en el derecho penal inca
¿Cómo se castigó la ociosidad? A continuación, sólo nos queda ocuparnos de las sanciones derivadas de la obligatoriedad del trabajo. Según Murúa, se aplicaban tres tipos de pena:en primer grado, la pena pública, que podía llevarse a cabo mediante una amonestación pública, luego la tortura, y finalmente la pena de muerte en casos de reincidencia, o si se trataba de hijo de algún señor principal que no quería aprender un oficio. La severidad que delata la sentencia aplicada en este último caso tiene que ver con la posición especial del acusado, pues siendo parte de la clase dirigente debía, con mayor razón, ser solícito en el cumplimiento de alguna tarea como ejemplo para el pueblo. gobernado. La pena capital se ejecutaba colgando al condenado de los pies hasta su muerte (también se aplicaba a las mujeres adúlteras), y si era noble, se la decapitaba, ya que se consideraba el más honroso de los castigos, pudiendo también ser conmutado. . del mismo por cadena perpetua. Sin embargo, como era una persona holgazana poco habitual, se le aplicaron castigos corporales, como azotes o cortes en los cuartos traseros de los dedos. Por último, hay que decir que, además de nuestra gran afición por la historiografía jurídica, a la reflexión sobre la ociosidad, las consideraciones que sobre ella se han hecho a través de la legislación contra la vagancia que vio la luz en los primeros años del siglo pasado, como consecuencia de la explosiva y “efímera” influencia del positivismo criminológico, que hoy pulula en nuestro entorno disfrazado de manso cordero, el mismo que postuló la represión de la vagancia como medida preventiva para combatir la delincuencia, circunstancia que en muchos casos dio lugar a una actuación extrema de la criminalización secundaria de la que habla el profesor Zaffaroni en su monumental Manual y que, a su vez, fue denunciada por el no menos ilustre Mariátegui. Sin embargo, tales reflexiones serán objeto de un trabajo futuro, si el director de la revista lo permite.
Tomado de la revista Contranatura. Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Arequipa, año 1, núm. 2 de agosto de 2009.
[1] Pease G.Y., Franklin. “Abordaje del delito entre los incas”, en Derecho, Pontificia Universidad Católica del Perú, núm. 29, Lima, 1971, pág. 57.
[2] Rostworowski, María. Pachacútec. Inca Yupanqui, Obras Completas I, Primera Edición, IEP, Lima, 2001, p. 206.
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