Historia de Sudamérica

El último cartucho de Bolognesi y la muerte de Alfonso Ugarte (versión chilena)

Autor:Gonzalo Búlnes Historiador chileno

Bolognesi fue un gran patriota. Tiene la característica de hombres superiores. De su boca ni de su pluma salen palabras intemperantes ni bravuconadas pueriles. Es culto y atento al enemigo. Cuando el patriotismo se envuelve con un manto de pudor, el hombre desaparece ante la idea que lo alienta y su sacrificio adquiere un carácter impersonal. Así le pasó a Grau y le pasará a Bolognesi. Bolognesi no supo en los primeros momentos lo ocurrido en el Campo de la Alianza. El día de la pelea sintió el cañoneo. Vio aparecer columnas de humo a lo lejos, en el cielo azul, pero no podía entender qué estaba pasando. Se cortó el telégrafo a Tacna. No vino ningún emisario del campo de Montero a decirle nada. Algunos dispersos llegaron después; los naturales de Arica que regresaban a sus casas huyendo de la derrota, pero como soldados rasos no entendían lo sucedido y, repitiendo lo que circulaba en Tacna a la salida, decían que Montero se había retirado a Pachia con una considerable parte del ejército y que Leiva con las fuerzas de Arequipa amenazaba a los chilenos por Sama. Bolognesi, bajo esta falsa impresión, que era la misma que Vergara había recogido en Tacna, telegrafió por cable al Prefecto de Arequipa a Mollendo, diciéndole:
“28 de mayo. A Montero le queda una parte importante del ejército, y el propósito de esto es decirle que Arica resistirá hasta el último.”

El último cartucho de Bolognesi y la muerte de Alfonso Ugarte (versión chilena) Francisco Bolognesi Otras comunicaciones telegráficas:
“28 de mayo. Si el enemigo es asediado desde Sama o Pachia, creo que salvan a Arica y Tacna. Todo listo aquí para luchar.”
Los cañones chilenos fueron colocados muy lejos por temor a ser bombardeados por las piezas de largo alcance de la plaza, y la guarnición de Arica, ante la ineficacia de aquellos disparos, perdió prestigio ante la artillería enemiga, y Concibió esperanzas que hasta entonces no había abrigado. La plaza estaba bajo esta impresión cuando Baquedano envió, como emisario, a solicitar su rendición al comandante de artillería, Salvo. Fue recibido decorosamente, con los ojos vendados y conducido ante la presencia de un anciano de barba blanca que lo trató con dignidad. Era boloñesa. Le informó de la comisión que lo traía ante él; Bolognesi respondió que los defensores de Arica estaban decididos a perecer antes que rendirse. Y para dar más autoridad a su palabra, llamó a los principales jefes y renovó su declaración frente a ellos. Inmediatamente telegrafió a su gobierno a través del Prefecto de Arequipa.
“5 de junio. El parlamento enemigo insinúa la rendición. Respondo, previo acuerdo, patrones:resistiremos hasta quemar el último cartucho”.
En la tarde del día 6, cuando terminó el bombardeo, Lagos envió a Elmore a pedir por última vez a Bolognesi que entregara la plaza y a advertirle que no podría responder por sus soldados si las minas explotaban. . El emisario fue bien elegido, porque sabía hablar el lenguaje de la verdad, decir lo que había visto y hacer consideraciones prohibidas a un parlamentario chileno. Es casi seguro que Elmore explicaría a Bolognesi el efecto decisivo del combate de Tacna y las fuerzas que conservó el vencedor. Quizás significó que tuvo que abandonar la confianza ciega que depositaba en las minas porque el Cuartel General de Chile se había apoderado del plano de conexión de los cables al aprehenderlo. Son suposiciones, aunque muy plausibles. Lo que se sabe de esa conferencia es que Elmore dejó constancia por escrito que su misión era pedir la capitulación, a lo que los sitiados respondieron lo siguiente:“Pueden volver atrás y decir que a pesar de la respuesta dada al parlamentario oficial, señor Salvo, no estamos lejos de escuchar las proposiciones dignas que puedan hacerse oficialmente, cumpliendo las prescripciones de la guerra y del honor.”

El último cartucho de Bolognesi y la muerte de Alfonso Ugarte (versión chilena)
Los cuerpos permanecieron así hasta la madrugada del día 7. A medianoche Lagos hizo que dos oficiales del Estado Mayor cubrieran en secreto el terreno que separaba a los regimientos de sus objetivos para que llegado el momento sirvieran de guías. Esos oficiales eran los capitanes don Belisario Campos y don Enrique Munizaga. Cuando la semiclaridad de las primeras luces de la mañana empezó a disipar la niebla de la costa, cada regimiento salió de su campamento agazapado, tomando infinitas precauciones para no ser visto ni sentido, guiado por aquellos oficiales, distribuidos en compañías separadas entre sí por una distancia de cincuenta metros. Cada regimiento constaba de dos batallones. Las compañías de avanzada de la 3.ª eran las de los capitanes don Pedro A. Urzúa y don Leandro Fredes. El primer batallón del 4.º estaba al mando del comandante don Juan José San Martín; el 2º, Comandante don Luis Solo Zaldívar. El primer batallón del 3º, coronel don Ricardo Castro; el segundo, el comandante don José Antonio Gutiérrez.
Los centinelas de la Ciudadela oyeron un rumor y dispararon. La plaza se despertó con los disparos de rifle que dibujaron culebrinas de luz en la clara oscuridad de la mañana. Todos corrieron a su puesto. El Regimiento 3, al verse descubierto, emprendió el asalto al fuerte de Carrera, bajo una lluvia de balas y alcanzando las paredes de sacos, los atacó con sus yataganes y cuchillos. La arena corrió por los agujeros, los sacos más altos se derrumbaron y los soldados saltando sobre ellos penetraron en la zona minada. El parte oficial del jefe del Regimiento número 3 registra que el primero en subir a la Ciudadela y arriar la bandera enemiga fue el Subteniente Don José Ignacio López. La avalancha humana penetró hasta ese recinto y el duelo de agresores y agresores continuó a quemarropa en el interior de la estrecha plaza rodeada por la arena de los sacos que habían vaciado.
¿Qué estaba haciendo Bolognesi?
Bolognesi había creído que el enemigo iniciaría su ataque por los fuertes de la zona baja, engañado por la estratagema ya conocida y, como dije, en ese concepto había enviado la división de Ugarte el día 6 en horas de la tarde para proteger a ellos. Esa división estaba formada por unos 600 hombres. Estaba integrado por los batallones Tarapacá comandados por Zavala y el Iquique, por Sáenz Peña. Una vez iniciado el incendio en la Ciudadela, Bolognesi dispuso que Ugarte regresara rápidamente a los fuertes atacados subiendo un camino arriero que conectaba el Morro con el pueblo de Arica, pero como el avance chileno era tan impetuoso y rápido, no logró para llegar a la cima pero a la mitad de la división, y la otra fue cortada por los atacantes, quienes, dueños de la cima, barrieron con sus fuegos el accidentado camino que seguían los peruanos. Los que lograron subir se unieron a los fugitivos de los fuertes a la entrada del Morro.
Cuando los soldados de la 3ª entraron en el recinto de la Ciudadela, el suelo se resquebrajó con dos formidables explosiones de dinamita que hicieron volar por los aires parte de los ocupantes y levantaron una nube de piedras, cabezas, brazos, piernas que cubrían el aire. Un teniente del 3º Don Ramón T. Arriagada, arrojado por la explosión a una altura de siete u ocho metros, cayó ileso, pero completamente desnudo y sordo, de lo que nunca se curó. El subteniente del número 3, don José Miguel Poblete, le cercenó la cabeza, quedando en el suelo el tronco palpitante. Muchas otras escenas horribles provocaron el arrebato traidor. Pero el hueco entre los sacos estaba abierto y los asaltantes se precipitaron por él y al oír la explosión de la dinamita y ver sus terribles efectos, se lanzaron como fieras contra los defensores del recinto y los pasaron a espada. El suelo estaba cubierto de sangre coagulada. En vano los jefes ordenaron a los cuernos tocar "alto el fuego". Nadie escuchó la voz de la misericordia. El comandante Gutiérrez dijo:Los jefes y oficiales estaban roncos de tanto gritar. Entre las víctimas se encontraba el coronel Arias. El fuerte fue tomado.
Lo mismo ocurrió en el castillo oriental. Aquí se desarrolló una escena similar. Se sintió la marcha del Regimiento 4 y la guarnición al mando del coronel Inclán abrió fuego contra él. La tropa chilena emprendió el asalto a la carrera, dejando numerosos muertos y heridos. Al llegar al pie de la trinchera, rompió los sacos con sus cuchillos y, saltando el muro derrumbado, entró en la fortaleza. La resistencia peruana fue menor aquí que en la Ciudadela. La guarnición también era más pequeña. En minutos los asaltantes habían derrumbado los muros de arena y entraron al recinto, que estaba vacío, porque los peruanos se retiraron a los reductos de Cerro Gordo que protegían la entrada al Morro. Inclán murió defendiendo su posición. Separémonos por un momento del campo de batalla de las tierras altas y veamos qué pasaba en los castillos a la orilla del mar. Su principal defensa, que era la división de Ugarte, ya no estaba. Como he dicho, había sido llamado por Bolognesi para ayudar al Morro y aquellos fuertes no tenían más que su dotación de artilleros. Cuando el combate de los altos estaba avanzado, llegaron hasta ellos los Lautaro, desplegados en guerrillas, liderados por el coronel Barboza.
La guarnición peruana no intentó resistir o más bien su resistencia fue muy débil. Así lo dicen los partes oficiales de Barboza y del jefe del organismo. Comandante Robles, y así lo atestigua el hecho de que el Regimiento 110 sólo tuvo ocho heridos. El jefe peruano hizo volar los cañones con dinamita y la guarnición huyó hacia el pueblo donde quedó acorralado, junto con los soldados de la división de Ugarte que no pudieron subir al Morro. Los fuertes de la plaza, la Ciudadela y el Oriente quedaron en manos de los chilenos. Faltaban el Morro y sus defensas de Cerro Gordo. Cuando los soldados del Regimiento 4° tomaron posesión del recinto amurallado del Fuerte del Este, se escuchó un grito, que no se sabe quién lo dio ni de dónde vino:¡Al Morro, muchachos! La tropa, olvidándose de la orden recibida, que era esperar al Buin, se precipitó por el camino fortificado que conducía hasta aquel punto, juntándose en el camino soldados del 3.º que en ese momento triunfaban sobre la resistencia de la Ciudadela. El suelo estaba sembrado de minas automáticas y a medida que los soldados avanzaban, se cuidaban de saltar los puntos donde era evidente que habían quitado el suelo por miedo a pisar una gorra. Así llegaron a las primeras trincheras colocadas en elevación, habiendo pasado la línea ondulada que los precedía bajo el fuego, en medio de una lluvia de balas, y ora con los fusiles, ora con la bayoneta, los forzaban a todos, uno tras otro, y Así, caminando sobre cadáveres y heridos, llegaron a las puertas del Morro, en cuya plaza ondeó la última bandera del Perú.

El último cartucho de Bolognesi y la muerte de Alfonso Ugarte (versión chilena) Versión romántica del sacrificio de Alfonso Ugarte En el espacio llano que coronaba el cerro estaban los sobrevivientes de las trincheras y castillos, la guarnición del Morro y todas las grandes reputaciones de Arica:Bolognesi, Moore, Ugarte, Sáenz Peña, Blondel. Los asaltantes invadieron el recinto en una carrera frenética y vertiginosa, mezclando a los oficiales con los soldados. El comandante San Martín había sido herido de muerte en el camino de Cerro Gordo a Morro. El glorioso regimiento estaba ahora al mando de Solo Saldívar. Al ver invadida la plaza del Morro, Bolognesi ordenó suspender los fuegos. Comprendió que la resistencia era imposible y que se debería haber dicho que su deber estaba cumplido. No quiero que esta afirmación, que ofende la leyenda peruana de la defensa de Arica, se base en mi palabra. El comandante de las baterías lo dice oficialmente. El Coronel Espinosa, en el informe de la acción, se dirigió al Jefe del Estado Mayor Peruano:“Mientras tanto, las tropas que tenían sus fusiles en estado de servicio continuaron disparando en retirada, hasta que los enemigos invadieron el recinto (del Morro). haciendo voleas sobre los pocos que allí quedaban, llegó a la batería el coronel don Francisco Bolognesi, jefe de la plaza; , y otros que no recuerdo, y como ya era inútil toda resistencia, el Comandante General ordenó suspender los disparos, lo cual no se pudo lograr de voz, pero el Coronel Ugarte personalmente lo ordenó a quienes disparaban sus armas al del otro lado del cuartel, donde fue asesinado dicho jefe. Al mismo tiempo que ocurrían estos hechos, las tropas enemigas disparaban contra nosotros, y los señores Coronel Bolognesi, Capitán Moore, Teniente Coronel Sáenz Peña, los abajo firmantes. y algunos oficiales de esta batería nos encontraron reunidos, y a pesar de que se habían suspendido los fuegos de nuestra parte, nos dispararon, de donde el comandante general, coronel don Francisco Bolognesi y comandante de esta batería, señor capitán de la nave, Don Juan Moore, fueron asesinados, habiéndose salvado los demás por la presencia de oficiales que los hicieron prisioneros.”
El ejército chileno ha sido acusado de crueldad inhumana, extendiéndola a los jefes, suponiendo que la masacre del Fuerte Ciudadela y el de los jefes del Morro se debió a una consigna u orden del día de no hacer prisioneros. Lo ocurrido allí es atribuible únicamente al carácter desordenado del ataque y a la excitación de la dinamita. Pero si hay explicación para esto, la historia imparcial no la tiene para el inhumano fusilamiento de unos soldados peruanos acorralados en la plazoleta de la iglesia de Arica, pertenecientes a aquella tropa de Iquique y Tarapacá que no logró subir al Morro y se encerraron en ese lugar. Nunca se supo quién dio tal orden ni si los soldados actuaron por su cuenta, enfurecidos como estaban por la explosión de las minas. El tiempo de apagar las pasiones ya pasó lo suficiente como para que tanto Perú como Chile rindan el justo tributo de admiración a ganadores y perdedores. Y así como el recuerdo de esta maravillosa hazaña será siempre un sello de orgullo para los chilenos, es una acción honorable para los defensores de la plaza, que lucharon por darle al Perú una tradición y un ejemplo. Bolognesi, Moore, Ugarte, Blondel fueron los últimos defensores de su país en el departamento de Moquegua y lucharon en el último terreno que les permitieron pisar. El enemigo perdió ese día entre 700 y 750 hombres, y los chilenos, entre muertos y heridos, 473. Los prisioneros peruanos fueron 1.328, entre ellos 18 jefes y oficiales.
“Guerra del Pacífico desde Tarapacá a Lima”. Publicado en 1914 en Valparaíso. Páginas 362, 363, 369, 370, 372, 380-388.