En la ciudad de Teruel vivió Diego Marcilla e Isabel de Segura . Se conocieron cuando eran muy pequeños, él era de ascendencia pobre y ella pertenecía a una de las familias más ricas del pueblo, con el paso de los años, la amistad se convirtió en amor... Un día Diego tuvo que ir a la guerra, se alistó como Soldado en los Tercios del Emperador. Pero el destino estaba tejiendo una red de desgracias para ellos. Isabel tenía una prima con la que había hecho vida familiar, Elena. Un día vio a Diego y al instante se enamoró de él, aun sabiendo los lazos que unían al joven con su prima, llena de pena ideó un medio para que el niño fuera libre y pudiera ser suyo. Había en la ciudad un noble caballero, don Fernando de Gamboa que, aunque amaba a Isabel, no se sentía muy seguro de que sería correspondido. Un día Elena contradijo la letra de Isabel en una carta y, llamando a una solterona, la envió con el papel a casa de don Fernando. Éste, sorprendido, vio una luz de esperanza y en lugar de abandonar la ciudad como estaba previsto, pensó en quedarse. Durante varios días estuvo rondando por la casa de Isabel. Una vez más, Elena envió un mensaje en nombre de Isabel, quien desconocía los turbios negocios de su prima. Así pasó el tiempo y los padres de Isabel juzgaron que había llegado el momento de entregar a su hija en matrimonio. Sabían del cariño que existía entre la joven y Diego, pero considerando lo humildes que eran sus orígenes, dudaron. Don Fernando de Gamboa había manifestado al padre el amor que sentía por su hija y, en cierta ocasión, Diego y don Fernando aparecieron al mismo tiempo para pedir la mano de la doncella. Hablaron los dos, explicándole a don Fernando la nobleza de su apellido y las riquezas de su hacienda.
Diego habló así:– «No tengo riquezas ni nobleza; Más desde pequeña me has tenido en tu casa y sabes que amo a Isabel y que ella me corresponde «. El padre de la doncella respondió:– «No puedo concederte la mano de Isabel porque sería cambiar lo dudoso por lo cierto, la buena casa y linaje de don Fernando por la de un joven sin nombre ni fortuna «–« No es justo, noble Segura, respondió Diego, que le niegues a alguien que te ama como a un hijo la oportunidad de ganar con su brazo lo que la fortuna le negó por su nacimiento. Dame un plazo, aunque sea corto, y te demostraré lo que valgo «
El padre de Isabel se quedó pensativo y respondió:- «Bueno, está bien, esperaré un período de tres años y tres días. Si en ese momento regresas con nombre y riquezas, o con nombre sólo, Isabel será tuya. Pero no esperaré ni una hora más «
Diego aceptó lleno de alegría. Cuando Isabel y Diego se encontraron, Diego anunció – «Sé que antes de que transcurra el plazo volveré, y entonces serás mi esposa y no tendremos nada que temer «. Y Diego se fue a Barcelona, que entonces estaba llena de soldados. Se alistó en uno de los Tercios y se embarcó rumbo a Cartagena. Allí partió con su compañía hacia tierras de África, demostrando puntualmente el coraje que lo animaba. Viaje tras viaje, logró que César le concediera la banda de teniente y una Orden que ennobleciera su nombre. Mientras tanto, en Teruel, la prima Elena no había abandonado su tarea de separar a Isabel de Diego. Un día le contó a su padre que le había llegado la noticia de la muerte de Diego. El anciano sintió mucho dolor y tomando precauciones le contó a Isabel, quien no podía creer la noticia de aquella muerte, algo en su interior le decía que no era cierto. Y pidió a su padre que pospusiera la boda hasta el último momento, lo que él concedió. El día que expiró el plazo y se celebraron las bodas, Isabel ya estaba resignada y aceptó de buen grado la mano de don Fernando. Dos horas después de cumplir el plazo, Diego Marcilla entró en Teruel a todo galope... había llegado con prisas, reventando caballos, pero demasiado tarde. Esperaba que el hidalgo Segura no hubiera sido rígido en el cumplimiento del pacto, y cuando llegó y vio las paredes decoradas con ricas colgaduras y los criados en gala, comprendió que su desgracia era completa. Luego entró en la mansión subiendo a los aposentos de Isabel, ya preparados como cámara nupcial. Se escondió debajo de la cama esperando que llegaran los esposos, y una vez despedidos por sus familiares, se dispusieron a irse a la cama. Cuando lo hubieron hecho, Diego, para impedir que se consumara la unión, tomó la mano de Isabel, quien sintió un gran sobresalto, gritando. El marido preguntó si algo andaba mal y ella, muy molesta y reconociendo la mano de Diego, le pidió a su marido que bajara a buscar una botella de sales. Cuando estuvo a solas con Diego, quien cayendo de rodillas ante ella le recordó su amor, reprochándole su falta de perseverancia, ya que debería haber esperado su regreso. Ella, sintiendo aún gran alegría al verlo, le dijo:– «Fue la voluntad de Dios y no la fortuna la que te hizo retrasar tu llegada. Te he esperado hasta el último momento, ahora, lamentablemente, no podrás conseguir nada de mí. Estoy casado ante el Señor y no puedo faltar a mi honor al irme con vosotros» . Insistió y al levantarse para irse, se desplomó como alcanzado por un rayo. Fue terrible para Isabel ver morir tan repentinamente a su amado, y más fuerte aún fue la sorpresa de don Fernando al encontrar un hombre muerto en su cámara nupcial e Isabel pálida y a punto de desmayarse. Ella le explicó lo sucedido, jurándole su inocencia por lo más sagrado. Entonces él, creyéndola, decidió sacar de allí el cuerpo del infeliz Diego y, aprovechando las horas de la noche, dejarlo en la puerta de su casa. Así lo hizo, ayudado por la propia Isabel. Al día siguiente, horrible fue la sorpresa de los padres del infortunado joven. La noticia corrió como la pólvora por la ciudad, con numerosos y diversos comentarios. Los funerales se celebraron con una gran concurrencia de personas que comentaron la lamentable suerte de Don Diego. De repente apareció Isabel y un rumor saludó su llegada. Estaba pálida y vestía sus ropas y adornos más lujosos. Durante la misa permanecía de rodillas con el rostro entre las manos. Al finalizar el servicio de difuntos, se acercó al catafalco y, ante el asombro de todos, inclinándose sobre el cadáver de Diego, depositó un apasionado beso en sus labios. Cuando llegaron don Fernando y sus criados, notaron que Isabel yacía boca abajo sobre la difunta y, tratando de levantarla, se dieron cuenta con horror de que ella también había muerto repentinamente. Todos los asistentes se sintieron invadidos por la lástima y don Fernando, abrumado por el dolor, dijo:– «Fue voluntad de Dios que Diego e Isabel no estuvieran unidos en vida. Pero su mano ha llevado al ángel de la muerte a unirse a ellos en el otro mundo. Que los maridos que estaban en esa condición sean enterrados juntos hasta que yo me cruce en su camino .»
Y así, juntos, fueron enterrados los cuerpos de Diego Marcilla e Isabel de Segura, a quienes la leyenda llama desde entonces «Los amantes de Teruel «.
Mausoleo de los Amantes de Teruel