1. Los orígenes del conflicto carlista:el reinado de Fernando VII.
A su regreso a España en mayo de 1814, tras su exilio forzoso en Francia, el rey Fernando VII despertó grandes expectativas encontradas. Todos pensaban –la nobleza, la Iglesia, el pueblo– que sus problemas se resolverían. Sin embargo, la situación española era de profunda crisis:una agricultura arruinada, el comercio y la manufactura paralizados, pérdidas demográficas y una rebelión en el Imperio español en América. Ante este escenario, Fernando VII se mostró cauteloso e instauró un absolutismo moderado, sin anular de manera general todas las reformas implementadas por el liberalismo. Desde ese momento hasta finales del siglo XIX, la política española estuvo determinada por una dinámica de oposición entre fuerzas liberales y absolutistas.
Las posiciones más absolutistas se concentraban en torno a la figura del hermano del rey, don Carlos María Isidro, persona muy piadosa y claro partidario del absolutismo -por eso a sus seguidores se les llamaba apostólicos o carlistas-. Este sector recibió con malestar que el rey no restableciera todo el Antiguo Régimen y se opuso a las medidas reformistas, aunque fueran tímidas. El programa inicial de estos apostólicos, germen de lo que luego sería el carlismo, se puede resumir en tres puntos:el absolutismo, la Inquisición y los Voluntarios Realistas.
Al mismo tiempo, aprovechando la persistente crisis económica y el malestar social en el campo, los absolutistas recurrieron a conspiraciones y revueltas para imponer su ideología. En los últimos años del reinado de Fernando VII, los líderes apostólicos, apoyados por el infante Carlos, se dedicaron a planificar una insurrección nacional a partir de la movilización de hasta doscientos mil Voluntarios Realistas. El objetivo era que cuando Carlos V –Carlos Mª Isidro– llegara al trono anulara todas las medidas reformistas y volviera a los presupuestos del Antiguo Régimen, con la Inquisición como policía ideológica.
Hacia 1829 la situación empeoró aún más con la adición de algunos intentos de invasión realizados por los liberales, así como un agravamiento de la crisis financiera. Poco después murió Amalia, tercera esposa del rey Fernando, y pocos meses después el Rey se volvió a casar con su sobrina, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (diciembre de 1829). En marzo de 1830 se hizo pública la Sanción Pragmática, ya aprobada en 1789 bajo el reinado de su padre Carlos IV, pero aún no publicada. Esta norma abolió la llamada Ley Sálica, que impedía a las mujeres acceder al trono. Poco después se anunció el embarazo de la nueva reina y Fernando aseguró mediante su testamento que su hijo o hija le sucediera, dejando la regencia en manos de su esposa. El nacimiento de la infanta Isabel, una vez derogada la Ley Sálica, separó a don Carlos de la sucesión al trono. Desaparecida esa posibilidad, lo único que les quedaba a los carlistas era la toma violenta del poder.
2. Regencia de Mª Cristina e inicio del conflicto.
Unos meses más tarde, en octubre de 1830, Mª Cristina dio a luz a una niña:la futura Isabel II. Mientras tanto, en el entorno del infante Carlos se desarrollaban continuas conspiraciones, dirigidas principalmente por la infanta portuguesa Francisca, que era esposa de Carlos. La gran oportunidad conspirativa pareció surgir en septiembre de 1832, mientras la familia real se encontraba en La Granja.
Fernando padecía graves ataques de gota, circunstancia que aprovecharon algunos círculos apostólicos cercanos a la Corte para asustar a la reina y animarla a restablecer la exclusión de las mujeres de la corona, argumentando que si no lo hacía, podría tardar una revolución. lugar que incluso acaba con sus vidas. Luego, la reina influyó en el rey para que firmara dicho documento con la condición de que se mantuviera en secreto mientras el rey viviera. Sin embargo, la noticia trascendió generándose, entre las élites nobles, un movimiento de apoyo a la reina. Además, la salud del rey mejoró y nombró un nuevo gobierno que aplicó una serie de medidas reformistas –amnistía limitada, purga del Ejército, etc.–. Estas medidas alarmaron a los carlistas.
Al morir Fernando VII (29 de septiembre de 1833), su esposa Mª Cristina asumió la regencia de su hija Isabel, periodo que se prolongó hasta 1843. Cea Bermúdez continuó como presidente del gobierno, manteniendo un inmovilismo estéril a pesar de que había Ya se produjo la insurrección carlista. Además, su actitud dificultó el inicio de las soluciones, especialmente financieras, que necesitaba el país. El clima de guerra civil era palpable. Mientras tanto, Carlos había huido a Portugal donde declaró que se negaba a jurar lealtad a Isabel y que seguía manteniendo sus derechos al trono.
3. La primera Guerra Carlista (1833-1840)
La inactividad del gobierno hizo que fueran los capitanes generales de cada región quienes afrontaran la primera insurrección carlista, limitándose el conflicto, en la mayor parte del territorio nacional, a una guerra de partidos, y no de frentes y grandes batallas, un tipo de guerra que sólo se produjo en Navarra y el País Vasco, donde llegó a concretarse un gobierno alternativo.
La primera fase de este conflicto surgió a finales de septiembre de 1833, cuando se produjeron enfrentamientos armados en Valencia, Castilla, Navarra y las provincias vascas. En esta última zona actuaron partidas armadas dirigidas por el coronel carlista Zumalacárregui. Gracias a él se estableció en Navarra una especie de monarquía alternativa con algunas estructuras políticas y económicas –corte, gobierno, servicios,…–, pero su situación económica era desastrosa. Por ello se pretendía tomar Bilbao, para intentar conseguir cierto reconocimiento internacional y, al mismo tiempo, exigir un préstamo a la ciudad. En el resto de territorios afectados directamente por la guerra –Cataluña, Aragón, La Mancha, etc.– actuaron principalmente bandas guerrilleras aisladas. En el asedio de Bilbao murió Zumalacárregui (julio de 1835) y el fracaso de la operación puso fin al período de victorias carlistas. Su muerte puso fin a esta etapa.
La segunda etapa de la guerra tuvo lugar entre julio de 1835 y octubre de 1837, y se extendió por todo el territorio nacional. Los carlistas organizaron expediciones a varios puntos de la península –Galicia, Valencia, Andalucía, incluso Madrid–, pero sin resultados políticos duraderos.
La tercera fase tuvo lugar entre octubre de 1837 y agosto de 1839. En ella se produjo la victoria de las tropas gubernamentales. La derrota carlista provocó la aparición de una división en el movimiento:por un lado, los apostólicos más conservadores, partidarios de continuar la lucha, y, por otro, los más moderados, que querían una negociación. Esta última postura se impuso al bando carlista, lo que permitió la firma del Acuerdo de Vergara (20 de agosto de 1839) entre los generales Espartero, del ejército isabelino, y Maroto, del carlista. Prometía el mantenimiento de los privilegios vascos, promesa que Espartero no cumplió, y la integración en el ejército isabelino de los oficiales carlistas que así lo desearan. El rechazo a este acuerdo por parte del sector carlista más conservador y por el propio don Carlos provocó su exilio en Francia y la prolongación de la guerra en Cataluña y Aragón hasta la derrota definitiva del general Cabrera en Morella (junio de 1840). P>
4. La guerra de los matineros (1846-1849)
En 1846, la llamada «guerra de los matineros comenzó en Cataluña. » Este conflicto armado no fue comparable a las otras guerras, ni por intensidad, ni por duración, ni por el territorio afectado. En realidad, las acciones de los partidos carlistas no habían cesado en algunos territorios –Maestrazgo, Cataluña– desde el final de la primera guerra. El motivo formal de su inicio fue el anuncio del matrimonio de Isabel con su primo Francisco de Asís, porque ello suponía el fracaso del proyecto de resolver el conflicto dinástico casando a la reina con Carlos VI, hijo de Carlos Mª Isidro.
El levantamiento fue cobrando fuerza debido a los efectos de la crisis económica de 1847-1848. Esto explica que las fuerzas militares carlistas estuvieran formadas por trabajadores de la pequeña producción artesanal o manufacturera, algo peculiar de esta guerra. A esto hay que sumar la oposición a la implantación del impuesto al consumo -un impuesto que gravaba la venta de productos, incluidos los de primera necesidad, y que el comprador debía pagar- y el rechazo por parte de los jóvenes catalanes a los “quintos”. /P>
La coincidencia de este levantamiento con el estallido de la revolución de 1848 en Francia dio lugar a una curiosa alianza de intereses entre republicanos y carlistas en Cataluña. Pero el fracaso en extender el movimiento al resto de España anunció el declive de la insurrección. Al final, el cansancio provocado por tres años de guerra, la detención en Francia de Carlos VI y una cierta recuperación económica, pusieron fin al conflicto.
5. La recomposición carlista.
La crisis política del régimen isabelino y el contexto europeo favorecieron el resurgimiento carlista. Hacia 1860, el carlismo parecía derrotado. Después de dos guerras perdidas, la renuncia de los dos infantes carlistas a los derechos del trono y su exilio, el liberalismo parecía haber ganado definitivamente. Sin embargo, en Europa se produjeron importantes cambios geopolíticos en la década de 1960, transformaciones que acabaron repercutiendo en España. La reducción territorial del Estado Vaticano, en el marco de la formación del Reino de Italia, movilizó al catolicismo europeo contra los principios liberales. Al mismo tiempo, se formaron dos nuevas potencias en Europa:el Segundo Imperio Alemán y el nuevo Imperio Austrohúngaro, que adoptó formatos políticos similares a los propuestos por los carlistas:estados monárquicos, autoritarios y confederales.
Desde Austria, inspirada por estos cambios que favorecían sus postulados, María Teresa de Braganza –que había sido la segunda esposa del infante Carlos María Isidro– maniobró para que, tras la muerte de Carlos (Carlos VI), la sucesión carlista no cayera. le. hermano Juan de Borbón, de ideas liberales, pero para acudir directamente a su hijo, Carlos -Carlos VII-, que nunca había estado en España.
El régimen liberal isabelino entró en crisis en 1865 y en 1868 colapsó. En este período, el sector más conservador de los liberales abandonó el régimen y se sumó a la reacción que iba ganando fuerza en Europa. El catolicismo fue el punto central de la ideología reaccionaria porque se suponía que la fe católica garantizaría el orden social amenazado, diluiría los enfrentamientos políticos y reforzaría la identidad hispana. Bajo estas premisas se formó el nuevo partido carlista, la Comunión Monárquica Católica.
El partido optó por participar en el juego electoral y lo hizo entre 1869 y 1872. Sin embargo, los resultados obtenidos en las distintas elecciones -en las constituyentes de 1869, el partido sólo obtuvo 20 de los 359 escaños en juego y, de ellos, , 17 se concentraron en las provincias vascas y Navarra; En las elecciones legislativas de 1871, la Comunión obtuvo 51 diputados de 420 escaños, aunque más repartidos por todo el territorio español; las expectativas carlistas se vieron defraudadas. El fiasco electoral de las elecciones generales del 3 de abril de 1872 –38 diputados de 391 escaños– desterró definitivamente la vía de la participación política y abrió la vía del levantamiento armado. Los carlistas descubrieron así que su techo electoral era bajo y que la religión no era un argumento lo suficientemente poderoso para sostener su enfrentamiento contra el liberalismo y el republicanismo.
6. La Segunda Guerra Carlista (1872-1876).
Con Carlos VII, ya como líder carlista, comenzaron los enfrentamientos armados. Un primer intento de insurrección en 1872 fracasó por falta de apoyo militar y los carlistas fueron derrotados en Oroquieta por el general Serrano. La paz llegó gracias al acuerdo de Amorebieta, que concedía a los rebeldes una amplia amnistía a cambio de poner fin a las hostilidades. En Cataluña, sin embargo, la lucha continuó a través de las acciones de varios partidos liderados por veteranos de guerras anteriores. Esta continuidad impulsó a los carlistas a retomar los combates en las provincias vascas y Navarra, aunque con baja intensidad.
La proclamación de la Primera República benefició a la causa carlista, que logró incrementar sus efectivos y apoyos, especialmente en los territorios indicados anteriormente. Diversas derrotas militares gubernamentales permitieron a los carlistas crear un estado efímero, ya que llegaron a controlar las tres provincias vascas y buena parte de Navarra, aunque no las capitales.
En Cataluña la guerra continuó a través de partidos independientes que practicaban una guerra de guerrillas muy brutal y sabotajes y extorsiones, pero que no les permitía controlar ningún territorio de forma estable. Para obtener más apoyo, el líder carlista en Cataluña, Alfonso Carlos (hermano de Carlos VII) publicó un manifiesto en el que ofrecía devolver las cartas a catalanes, aragoneses y valencianos, un simple gesto retórico. El conflicto se extendió también a zonas de Castilla la Vieja, pero la falta de recursos económicos, el cese de la ayuda francesa y el individualismo de los mandos militares, demostraron claramente que los carlistas no podían mantener una guerra de desgaste.
Los numerosos problemas de los gobiernos republicanos –la guerra de Cuba, la insurrección cantonal, la abolición de las quintas, etc.– retrasaron la respuesta militar del gobierno. Pero esta situación cambió con la Restauración Alfonsina (1875), que arrebató al carlismo el monopolio del conservadurismo social y la defensa del catolicismo. El cambio político provocó también una variación en la situación militar, siendo finalmente derrotadas las tropas carlistas en Montejurra en 1876.
7. Conclusiones.
El carlismo fue un movimiento político relacionado con el tradicionalismo europeo. La consecución de suficiente apoyo político y social le permitió provocar un conflicto que ensangrentó al país durante cuatro décadas y obstaculizó su desarrollo económico. La raíz principal del carlismo fue el rechazo ideológico al liberalismo y a los gobiernos de ese signo, pero su grado de legitimidad procedía de las opciones dinásticas que le otorgaba la persona del infante Carlos María Isidro. Tanto su ideología como su práctica política pueden incluirse dentro del concepto de contrarrevolución.
Hablamos, pues, de un movimiento antiliberal y contrarrevolucionario que surgió en el contexto de la crisis del Antiguo Régimen y se desarrolló durante el proceso de consolidación de los gobiernos liberales en España, especialmente durante el reinado de Isabel II. Su supervivencia se prolongó durante todo el siglo XX, resurgiendo en momentos cruciales de la historia de España durante el siglo XX, como la Guerra Civil –en la que, bajo el nombre de requetés, apoyaron el levantamiento militar– o la Transición Democrática –etapa en el que el movimiento se dividió.
La base ideológica del carlismo se basó, por tanto, en el mantenimiento de la tradición y la lucha contra el liberalismo. Los fundamentos de su pensamiento político se pueden sintetizar en el lema Dios, Patria y Rey, al que luego se sumarían los Fueros –entendidos como un caso de libertades y privilegios tradicionales, sin nada que ver con las actuales tendencias autonomistas o nacionalistas. . Aparte de estas grandes ideas marco, el programa carlista era bastante vago, hecho que facilitó la persistencia de varias facciones. Lo que se puede afirmar es que no representó un simple retorno al Antiguo Régimen sino que tenía una ideología y un proyecto propios, aunque difusos –por ejemplo, el carlismo nunca se comprometió con el restablecimiento de la jurisdicción señorial, suprimida por las Cortes de Cádiz, ni cuestionó la propiedad privada de tipo capitalista.
La geografía del carlismo se mantuvo casi sin cambios durante el siglo XIX, variando sólo el volumen de su apoyo. El territorio carlista por excelencia estaba en el norte peninsular –País Vasco, Navarra y Cataluña–, apareciendo esporádicamente núcleos en Valencia, Aragón y lo que entonces se conocía como Castilla La Vieja.
A nivel militar, las guerrillas –partidos– y las insurrecciones en el mundo rural fueron las formas más típicas de la violencia carlista. La independencia y movilidad de los partidos fueron las claves de su éxito, pero también un serio obstáculo para su control, así como una dificultad para su inclusión en un ejército regular. Por ello, en determinadas ocasiones, estos juegos desembocaban en fenómenos de simple delincuencia o bandolerismo.
En cuanto a su base social, las investigaciones han demostrado que los principales sostenedores procedían de sectores eclesiásticos, de la nobleza o de propietarios ennoblecidos que ejercían su poder –basado en privilegios– en ámbitos locales o regionales y que se veían amenazados por algunos mecanismos del liberalismo –desconexión, confiscaciones, exigencias fiscales o un sistema político representativo basado en elecciones. Es cierto que también obtuvieron cierto apoyo entre el campesinado empobrecido de los territorios donde se extendió más, a favor de una economía moral (asociada a formas económicas tradicionales) que no era compatible con el desarrollo de la propiedad burguesa y de la agricultura capitalista, pero su papel era secundario.
El movimiento carlista encaja perfectamente en el contexto europeo de la época. La lucha contra el liberalismo impulsó una reacción que tuvo manifestaciones en varios países europeos:en Portugal, el miguelismo; en Italia, las insurrecciones de Viva María en Toscana y los diversos movimientos de resistencia a la unificación; en Francia, el legitimismo de la duquesa de Berry y del conde de Chambord.
8. Bibliografía
Canal, George (2005). Carlismo y contrarrevolución. La aventura de la historia, 77. Dossier El enigma carlista.
Clemente, Josep C. (2011). Breve historia de las guerras carlistas . Madrid:Nowtilus.
Dardé, Carlos (2022). Batallas, asedios y guerrillas. La aventura de la historia, 282. Dossier La última guerra carlista.
Fernández, JM; González, J.; León, V.; Ramírez, G. (2016) Historia de España. Madrid:Santillana.
Fontana, José (2007). La era del liberalismo. Historia de España, vol 6. Barcelona:Crítica-Marcial Pons.
Millán, Jesús (1998). Una reconsideración del carlismo. Ayer , 29.
Rueda, alemán (2022). No es sólo un problema dinástico. La aventura de la historia, 282. Dossier La última guerra carlista.
Rújula, Pedro (1998). Élites y base social:apoyo popular en la Primera Guerra Carlista. Vasconia, 26, 125-138.
Santirso, Manuel (2022). Renacimiento carlista. La aventura de la historia, 282. Dossier La última guerra carlista.
Urquijo, José R. (2005). orgía de sangre La aventura de la historia, 77. Dossier El enigma carlista.