No era ajeno a la tradición española (ni a los europeos) recurrir a la requisición o alquiler de embarcaciones o escuadras pertenecer a particulares o contratar los servicios de éstos para abastecer sus necesidades navales, práctica desde la Edad Media[1] que continuó utilizándose durante buena parte de los siglos modernos en competencia con políticas que favorecían la construcción y administración directa de buques. por la Corona, observándose una continua fluctuación en la preferencia por recurrir a uno u otro según determinadas circunstancias.
Esta circunstancia se debió principalmente a la casi falta constante de liquidez de la Monarquía. y las carencias estructurales de sus finanzas en términos de producción, financiación y recaudación, todo ello propio de un estado preindustrial y no plenamente desarrollado, que, además, obstaculizaba la existencia de una marina permanente formada por barcos construidos para tal fin, porque si bien existía un cierto número de buques de combate administrados por la Corona, generalmente se formaban armados sólo para ocasiones o fines determinados y recurriendo preferentemente a la requisa o arrendamiento de buques privados o a la construcción de buques diseñados para dicha ocasión, quedando aquellos que eran propiedad estatal en minoría.
Sistema de administración directa
El sistema de administración directa era el deseado por el gobierno, ya que eran funcionarios de la Corona y no extraños quienes se encargaban de todos los trámites. Sin embargo, este sistema nunca pudo aplicarse de forma general a todas las escuadras navales hispanas debido a la enorme inversión de capital que implicaba su construcción, equipamiento y suministro, así como el reclutamiento y mantenimiento de soldados y marineros.
El Comisionado Real de Ejércitos y Ejércitos Reales, encabezado por el Proveedor y Comisionado General de Ejércitos y Ejércitos Reales[2], era el organismo encargado de gestionar el suministro . Debido a la urgencia con la que muchas veces se llevaban a cabo las operaciones militares, no era raro que se requisaran suministros y barcos, lo que motivó quejas de comerciantes y propietarios privados por lo gravoso que resultaba para sus actividades[3 ], a pesar de que la realeza Los funcionarios prometieron compensarlos por sus pérdidas. Junto a ello, las limitaciones administrativas y técnicas de la época hicieron que cuando se necesitaban suministros no era extraño que se obtuvieran en zonas con escasez de productos y se ignoraran otras zonas con mejor situación, ya que aunque existieran registros y los informes de rendimientos agrícolas enviados a la administración por las autoridades locales, esta información quedaba desactualizada de un año para otro, impidiendo aprovechar las buenas temporadas de cosecha para ahorrar costos, especialmente cuando estos suministros se hacían para hacer frente a emergencias militares con poca o sin previsión de margen. Así, el gasto era mayor y los pagos de la Real Hacienda a proveedores y comerciantes locales podían sufrir retrasos muy perjudiciales para ellos[4].
Además de lo anterior, también estaba el problema de la corrupción de los oficiales, lo cual no era algo exclusivo de este sistema de administración, pero sí un mal irremediable que tanto la Junta de las Fuerzas Armadas como el Consejo de Guerra debieron aceptar con resignación.
De esta manera, vemos que los principales problemas de la administración directa fueron la falta crónica de recursos materiales y humanos, la falta de dinero, los problemas del gobierno para controlar a los subordinados corruptos y una base de información insuficiente.
Sistema de administración por puesto
La alternativa a la administración directa fue recurrir a la administración privada mediante la firma de contratos, denominados “asientos ”, con empresarios privados a los que llamaban “asentistas”.
Un asiento consistía en un contrato firmado entre la Corona, generalmente representada por el Consejo del Tesoro[5], y uno o más empresarios, confiándoles una amplia variedad de funciones administrativas. Dependiendo de las actividades realizadas por el ausente y del sector al que estaba destinado, los asientos podrían ser de variada naturaleza:financieros, en especie o mixtos, siendo estos últimos, junto con los financieros, los más comunes cuando se trata de hasta avituallar a la marina, el ejército o las prisiones y recibir esta denominación debido a que el asentista era el encargado tanto de suministrar los suministros como de realizar los depósitos en efectivo para llevarlo a cabo.
En lo que respecta a las sedes navales, podrían tratarse de un solo aspecto, como la construcción naval, el suministro o el arrendamiento, o abarcarlos todos en un único contrato. Es más, incluso podría existir un tipo de sede más específica denominada “fábrica” (muy común en el siglo XVII), enfocada principalmente al abastecimiento de escuadras. El factor tenía poderes y facilidades similares a las de un asentista, pero el factor era un directivo al servicio directo de la Corona que se encargaba de la administración y abastecimiento de sus barcos, mientras que un asentista sólo se centraba en sus propios barcos, no en los del primero, aparte de que éste no tenía tantas competencias como el factor (antes el reclutamiento de gente de mar y la guerra los pagaba la administración, por ejemplo)[6].
Se consideraba más barato el sistema de asientos porque, al correr la mayor parte de los riesgos en nombre del ausente, ahorraba costes y mano de obra a la administración. Otra ventaja es que las redes comerciales en las que operaba estaban indirectamente puestas al servicio de la Monarquía, algo muy útil en caso de tener que sortear bloqueos comerciales u obtener recursos que le estaban prohibidos.
Sin embargo, para muchos contemporáneos estos aspectos positivos fueron eclipsados por otros. En primer lugar, la relación que se creó entre el asentista y el Rey fue más de reciprocidad jurídica la de un vasallo que obedece a su señor, teniendo el Rey que negociar y llegar a un acuerdo con alguien inferior a él, al margen de las actividades y forma de ganarse la vida de un asentista (representante de un incipiente capitalismo cosmopolita y del mercantilismo que poco a poco se fue extendiendo por Europa) chocó con la mentalidad y la moral de una gran parte de la sociedad, que estaba más preocupada por la moral de sus prácticas financieras que por su rentabilidad o utilidad[7], prejuicios dirigidos hacia el interés, no pocas veces usurarias, que cobraban por sus servicios[8], y la percepción de la sede como un medio de beneficio económico privado más que como un servicio de fidelidad a la Corona, y más si se les cobraban impuestos para pagarlos previamente. recibido por la Corona[9].
Además, las licencias que se les otorgan, como bolsas de plata o trigo del reino (para poder comerciar en el extranjero) podrían servir como un arma de doble filo, ya que , aunque podían comprar materiales necesarios para la Monarquía en el exterior, esto también podía ser utilizado por los enemigos en dichos intercambios para acceder a la plata americana, provocando su decadencia en la península.
Los asientos, por otra parte, no garantizaban una mejor gestión que la gestión directa, ya que aunque los barcos construidos o suministrados por asiento a menudo eran más baratos, no era raro que se dieran casos en los que , para ahorrar costes se adquirieron materiales de dudosa calidad que luego podrían provocar problemas en la operatividad de los barcos. En cualquier caso, los asentistas generalmente también se veían perjudicados por el retraso en los pagos por parte de la Corona o por la bajada de precios previamente pactados con ésta.
Conclusión
Podemos decir que recurrir al sistema de escaños fue una medida pragmática que la situación nos obligó a adoptar, dadas las carencias estructurales de la Monarquía, ya que de lo contrario se prefería gestionar la escuadrones directamente y su mantenimiento. Aunque las plazas bajaban costes, si la administración directa era realmente eficiente, esta ventaja se esfumaba y no había necesidad de contratarlos.
Bibliografía
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- THOMPSON, I. A. A., Guerra y decadencia. Gobierno y administración en la España de los Austrias, 1560-1620 , Barcelona, Crítica, 1981.
- ZOFÍO LLORENTE, J. C., «La industria en España durante los siglos XVI y XVII», en ALVAR, A. y otros (eds.), La economía en la España moderna , Historia de España XIV, Madrid, Istmo, 2006, pp. 291-369.
Fuentes documentales
- Propuesta de medidas para formar y sostener una nueva milicia y una escuadra para la preservación de la monarquía, por Diego Méndez de Londigu y Miranda, Sevilla, 16 de diciembre de 1642, Archivo del Museo Naval de Madrid (A.M.N.M.), Fernández de Navarrete , volumen 9, núm. 29.
- Copia del «Asiento hecho por un período de 5 años con Martín de Guevara y Diego Cardoso para el sustento, preparación y despacho de 13 galeones que también hicieron el Marqués de Valparaíso y D. Martín de Arana para asientos en los Astilleros de la Provincia de Guipúzcoa y Señorío de Vizcaya. Año 1638», Archivo del Museo Naval de Madrid (A. M. N. M.), Colección Fernández de Navarrete, tomo 9, nº 23.
Notas
[1] FERNÁNDEZ IZQUIERDO, F., “Astilleros y construcción naval en España antes de la Ilustración”, en España y el ultramar hispano hasta la Ilustración , I Jornadas de Historia Marítima, Cuadernos Monográficos del Instituto de Historia y Cultura Naval, n.º 1 (1989), Instituto de Historia y Cultura Naval, Madrid, págs. 47-48.
[2] THOMPSON, I. A. A., Guerra y decadencia. Gobierno y administración en la España de los Austrias. 1560-1620 , Barcelona, 1981, p. 256.
[3] THOMPSON, op. cit. (nota 2, 1981), pág. 260-261.
[4] Ibídem , pag. 261-265.
[5] SANZ AYÁN, C., Estado, monarquía y finanzas. Estudios de historia financiera en tiempos de los Habsburgo , Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2004, p. 82.
[6] SANZ AYÁN, op. cit. (nota 5, 2004), pág. 86.
[7] ZOFÍO LLORENTE, J. C., “La industria en España durante los siglos XVI y XVII”, en ALVAR, A. y otros (eds.), La economía en la España moderna , Madrid, Istmo, 2006, p. 298.
[8] THOMPSON, op. cit. (nota 2, 1981), pág. 316.
[9] Medidas propuestas para formar y sostener una nueva milicia y un escuadrón para la preservación de la monarquía, por Diego Méndez de Londigu y Miranda, Sevilla, 16 de diciembre de 1642, Archivo del Museo Naval de Madrid (A. M. N. M.), Colección Fernández de Navarrete, tomo 9, nº 29, fols. 321 y 323.