Un factor importante fue la falta de transporte e infraestructura adecuados. Antes del desarrollo de ferrocarriles, canales y otras formas de transporte eficiente, viajar largas distancias era difícil y requería mucho tiempo. Esto dificultó el traslado de las personas a las ciudades, ya que a menudo tenían que dejar atrás a sus familias y redes de apoyo en las zonas rurales.
Además, el comienzo del siglo XIX se caracterizó por una serie de recesiones económicas y crisis financieras. Estos desafíos económicos dificultaron que las personas encontraran empleo estable y vivienda segura en las ciudades, lo que disuadió aún más la migración desde las zonas rurales.
Además, durante este período muchas ciudades carecían de sistemas básicos de saneamiento y atención sanitaria, lo que las hacía susceptibles a brotes de enfermedades como el cólera y la fiebre amarilla. Estos riesgos para la salud disuadieron a muchas personas de trasladarse a los centros urbanos.
Si bien es cierto que algunas personas pueden haberse mostrado reacias a abandonar su forma de vida tradicional, estos otros factores desempeñaron un papel más importante en la desaceleración del crecimiento de las ciudades a principios del siglo XIX.