Una teoría es que la frase se originó en el siglo XVI, cuando se usaba en un juego de cartas llamado "picas". En este juego, los jugadores pujaban según la cantidad de trucos que creían que podían ganar. Si un jugador puja demasiado alto, sería penalizado con "llamar las cosas por su nombre", es decir, tendría que admitir que había sobrepujado.
Otra teoría es que la frase se originó en el siglo XVII, cuando fue utilizada por predicadores puritanos para criticar la vestimenta ostentosa y el comportamiento de las clases altas. Los puritanos creían que era importante ser honesto y directo, incluso si eso significaba decir algo ofensivo.
La frase "llamar a las cosas por su nombre" ha sido utilizada por muchos escritores y oradores famosos a lo largo de los años. Por ejemplo, William Shakespeare usó la frase en su obra "Hamlet" y Winston Churchill la usó en sus discursos durante la Segunda Guerra Mundial.
Hoy en día, la frase "llamar a las cosas por su nombre" todavía se usa para significar ser directo y honesto, incluso si significa decir algo desagradable u ofensivo. Es un recordatorio de que es importante ser fieles a nosotros mismos y a nuestras creencias, incluso si eso significa ir contra la corriente.