Si bien las raciones de alimentos eran a menudo limitadas y nutricionalmente inadecuadas, la mayoría de los internados recibían alimentos suficientes para sobrevivir.
Sin embargo, hubo algunos casos de hambruna, particularmente en campos superpoblados o mal administrados.
Por ejemplo, en el Centro de Reubicación de Guerra de Manzanar, en California, un brote de disentería en 1942 provocó la muerte de varios internados debido a la desnutrición y el hambre.
Además, en el campo de concentración de Belsen en Alemania, miles de prisioneros murieron de hambre en los últimos meses de la guerra cuando el campo fue abandonado por los nazis.