
En paralelo a los acontecimientos de Ayacucho aún quedaba una última guarnición que emprendió una resistencia casi suicida. José Ramón Rodil y Campillo y los últimos españoles en Perú se atrincheraron en la Fortaleza del Real Felipe del Callao, construida inicialmente para defender el puerto contra ataques de piratas y corsarios.
Un Leónidas moderno en Perú Lima y la fortaleza del Callao habían sido recuperadas por los españoles meses antes del desastre de Ayacucho, coincidiendo con uno de los pocos períodos de la guerra favorable a los intereses realistas. El general Monet al frente de las fuerzas realistas había ingresado nuevamente a la capital el 25 de febrero de 1824 y nombró al brigadier José Ramón Rodil como jefe de la guarnición del Callao. Lo hizo, por supuesto, sin sospechar que este oficial gallego iba a liderar una resistencia épica. Lima fue abandonada luego de la batalla de Junín. Se esperaba que los españoles en el Callao tomaran el mismo camino después de la capitulación de Ayacucho, pero Rodil y sus 2.800 soldados se negaron a rendirse ante la perspectiva de que pronto recibirían refuerzos de España. Rodil incluso se negó a recibir enviados del virrey la Serna, derrotado en Ayacucho, porque los consideraba poco menos que desertores. Tampoco quiso escuchar a los representantes de Simón Bolívar el 26 de diciembre, quienes dieron por sentado que los españoles entregarían la fortaleza tan pronto como conociera los generosos términos de la capitulación.

Asimismo, la antigüedad de su comandante jugaba a favor de las fuerzas realistas. Nacido en Lugo el 5 de febrero de 1779, Rodil había luchado contra Napoleón y luego saltó a Sudamérica, donde prestó importantes servicios en Talca, Cancharrayada y Maipo. Además de las cicatrices, el gallego recogió múltiples condecoraciones por la valentía demostrada. Sin posibilidad de hundir un diente en la fortaleza, los ejércitos libertadores mantuvieron los bombardeos día y noche en un intento de dejar caer el fruto por su propio peso. Desde el principio quedó latente la dificultad de alimentar a una población civil de miles de refugiados, así como mantener un régimen casi carcelario para evitar deserciones entre las filas españolas. En un solo día, Rodil fusiló a 36 conspiradores, entre ellos un niño andaluz muy popular por sus travesuras.

Los enemigos eran el hambre y las epidemias El hambre, las malas condiciones sanitarias y las epidemias crecieron al mismo ritmo que el precio de la carne de rata se disparó en el mercado negro. Por eso Rodil envió al frente enemigo a aquellos civiles cuya presencia no era importante en el ámbito militar. Ante esta estrategia, los libertadores comenzaron a repeler las oleadas de civiles con plomo y pólvora, sabiendo que el hambre era la mejor arma para sacar a los españoles de su castillo. Muchos refugiados quedaron atrapados entre los dos incendios. Sólo alrededor del 25% de los civiles lograron sobrevivir al asedio de dos años. El escorbuto, la disentería y la desnutrición fueron reduciendo el número de defensores cada día de resistencia. No así la determinación de Rodil, que sólo accedió a rendirse cuando la situación adquirió un carácter extremo. A principios de enero de 1826 desertó el coronel realista Ponce de León, seguido poco después por el comandante Riera, gobernador de uno de los tramos fortificados, el Castillo de San Rafael. Ambos conocían al detalle el marco defensivo establecido por Rodil y así lo revelaron a los dirigentes libertadores. Ponce de León, además, era íntimo amigo de Rodil, lo que supuso una doble traición. Sin alimentos, con municiones a punto de agotarse y sin noticias de que llegarían refuerzos de España; Rodil aceptó negociar con el general venezolano poco después de las ilustres deserciones. El 23 de ese mes, tras dos años de resistencia, los españoles entregaron la fortaleza en condiciones que permitieron a los defensores preservar su honor y su vida. O al menos los supervivientes. Sólo unos 376 soldados lograron sobrevivir esos dos años extremos, salvando las banderas de los regimientos del Real Infante y del Regimiento Arequipa.

El regreso de "una pura bestia española" España se había olvidado de los últimos defensores de Sudamérica cuando luchaban, pero cuando regresaron a la península algunos de ellos fueron recompensados por su hazaña. José Ramón Rodil fue nombrado Mariscal de Campo y en 1831 se le concedió el título nobiliario de Marqués de Rodil por su actuación en el Perú. Sin embargo, su condición de estratega se vio puesta en duda por varias derrotas en la Primera Guerra Carlista. Su carrera política terminó a raíz de su antagonismo con Baldomero Espartero. En 1815, Espartero patrocinó que Rodil fuera juzgado por un consejo de guerra y se le retiraron honores, títulos y condecoraciones.
¿Qué motivó su obstinada resistencia al Callao?, siguen preguntándose hoy sus detractores. El fallecido político peruano Enrique Chirinos citó, en una de sus obras históricas, un conocido verso para definirlo:era "una pura bestia española". Eso y que confió realmente, hasta el verano de 1825, en que se enviaría una fuerza de reconquista desde la Península. Controlar esa posición estratégica era clave para tener un punto de aterrizaje en Estados Unidos. Cuando se dio cuenta de que la ayuda nunca llegaría, dejó de dormir y apenas comió, temiendo, tal vez, que todos sus esfuerzos fueran finalmente en vano.
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