Historia de Sudamérica

-Batalla de Ayacucho-

El 9 de diciembre de 1824, tropas al mando del general Antonio José de Sucre derrotaron al ejército realista en la Batalla de Ayacucho. Para los historiadores fue la batalla decisiva de la liberación latinoamericana. Después de Ayacucho hubo algunas pequeñas escaramuzas y en una de ellas -el combate de Tumusla en territorio boliviano- murió el general realista Pedro Antonio Olañeta, jefe del último foco de resistencia monárquico. Olañeta fue ejecutado por uno de sus oficiales porque, precisamente, después de Ayacucho, soldados y oficiales realistas comenzaron a desertar de una causa que había perdido metas y destino. Ayacucho fue entonces la batalla que puso fin a la resistencia de los ejércitos realistas a los procesos liberadores iniciados en 1810 en distintos puntos del dominio hispanoamericano. Ambos ejércitos alcanzaron el límite de sus fuerzas en esta batalla. Los criollos habían sufrido derrotas y rebeliones internas que presagiaban nuevas tormentas en el futuro; los realistas, por su parte, proyectaron sobre estas tierras las disensiones políticas de la península y el testimonio de estas discordias se expresó en los recientes enfrentamientos armados entre las tropas liberales del virrey José de la Serna y las dirigidas por el general absolutista Pedro Antonio Olañeta.
-Batalla de Ayacucho- Capitulación de Ayacucho La batalla de Ayacucho comenzó alrededor de las once de la mañana y antes de las dos de la tarde los realistas fueron derrotados y su máximo líder arrestado y gravemente herido. La batalla no tuvo un desenlace prefigurado. Los ejércitos estaban dirigidos por generales lúcidos y valientes, aunque es probable que los realistas, como consecuencia de sus recientes guerras internas, hayan presenciado el combate algo más débil. Tras la rebelión liberal liderada por el general Rafael de Riego en España, en 1824 el panorama internacional volvió a complicarse cuando Fernando VII derrotó y ejecutó a Riego gracias al apoyo e intervención de los ejércitos de la Santa Alianza. Como en 1814, este rey canalla y miserable que fue Fernando VII instaló la monarquía absoluta, derogó la constitución liberal de Cádiz y pasó a espada a todos los disidentes liberales. Este combate entre liberales y absolutistas es el que se libra en el Perú y el Alto Perú entre las tropas españolas, conflicto del cual debemos agradecer porque la victoria criolla pudo darse gracias a esta fractura. El héroe de Ayacucho fue el general Sucre. Para quienes entienden de estrategia militar, se estima que el plan de batalla trazado por este valiente soldado fue una obra de arte, un despliegue armonioso y sincronizado de las alas derecha e izquierda y una ofensiva en el centro que hizo pedazos a las tropas españolas. . Sucre aún no tenía treinta años. Entre sus antecedentes estuvo la victoria de Pichincha, su participación en innumerables combates en Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú y su leal adhesión al liderazgo de Simón Bolívar. Después de Ayacucho, Sucre fue el forjador de Bolivia y uno de los jefes militares que con más entusiasmo defendió un proyecto político de amplio alcance territorial. Ninguno de estos méritos impidió que fuera asesinado en una emboscada tendida por sus enemigos el 4 de junio de 1830 en el marco de las feroces guerras civiles desatadas tras la derrota de los realistas. La batalla de Ayacucho concluyó con un acuerdo firmado en el mismo campo de batalla por los jefes españoles y el general Sucre y su estado mayor. Allí los realistas terminaron la guerra, por su parte el Perú se comprometió a pagar los servicios prestados por los demás países en la gesta libertadora y los vencedores se encargaron de respetar la integridad física y moral de los soldados y oficiales derrotados. Años más tarde, algunos historiadores han dicho que la batalla de Ayacucho estuvo precedida por un acuerdo de la masonería consistente en fingir un enfrentamiento armado con un resultado pactado de antemano. Se suponía que los liberales españoles liderados por José de la Serna tenían más puntos en común con los patriotas que con sus compatriotas absolutistas, seguidores de Fernando VII y simpatizantes de los fusilamientos que el rey perpetró en España. Esta hipótesis no está probada, pero circula en determinados entornos como si de moneda de curso legal se tratara. Quienes lo han refutado con entusiasmo han sido los propios oficiales españoles cuando regresaron a Europa y se les reprochó esta falta. No era para los inferiores. En Ayacucho murieron alrededor de dos mil soldados, muchos estadounidenses, pero también españoles, por lo que resulta difícil de creer que se haya montado un simulacro de batalla con un coste humano tan elevado. -Batalla de Ayacucho- Batalla de Ayacucho-Pampa de la Quinua Mucho más interesante y macabro fue el destino de los oficiales americanos que participaron en Ayacucho. Sucre -dijimos- fue asesinado en una emboscada y su cuerpo quedó a merced de las alimañas durante días. Hasta el día de hoy se desconoce la causa exacta y los verdaderos autores de su muerte. El héroe de Ayacucho, el general José María Córdova, el hombre cuyas inspiradas decisiones en el campo de batalla garantizaban la victoria, fue asesinado en 1829 en las afueras de Bogotá por un oficial inglés. El general Agustín Gamarra, jefe de Estado Mayor, fue otro de los soldados consumidos en la hoguera de guerras civiles e intrigas políticas. Gamarra murió en combate en territorio boliviano en 1841, luego de intentar una vez más anexar Bolivia al Perú. El general Simón Bolívar murió en 1830, solo, deprimido y abrumado por la enfermedad y la culpa. Uno de sus últimos pensamientos al respecto fue:"He sido víctima de mis perseguidores que me han conducido hasta las puertas del sepulcro". Finalmente, el general José Francisco de San Martín ya llevaba unos meses en Europa en 1824, exilio que se prolongaría durante más de veinticinco años, es decir, hasta su muerte. Capítulo aparte merece el general inglés Guillermo Miller, soldado de cientos de combates en Europa y América, en 1817 se incorporó al Ejército de los Andes dirigido por San Martín y, tras su heroica actuación en Cancha Rayada, fue nombrado ayudante de -campamento al general. A partir de ahí comenzó entre ambos una amistad duradera que luego se expresaría a través de correspondencia y quedaría registrada en el libro de Memorias que Miller escribiría años después en Inglaterra. Miller no muere joven ni en el campo de batalla. Tampoco es ejecutado. Pero de algún modo también es víctima de las guerras civiles. Cuando regresa a América, tras una estancia en el Viejo Mundo, acaba enredado en ese infierno de intrigas que fueron Bolivia y Perú y, como consecuencia, es degradado y su nombre desaparece de todos los archivos oficiales. Miller murió en 1861 pobre y olvidado. Sintiendo el momento de la muerte, exigió morir en un barco británico. Cuando posteriormente le hicieron la autopsia, descubrieron que en su cuerpo había dos balas "ganadas" en algunas de las innumerables batallas que lo tuvieron como protagonista en una época en la que los militares lideraban cargas de caballería y combates cuerpo a cuerpo. Al igual que Napoleón, el general Miller se jactaba de la cantidad de caballos que sentía morir bajo sus piernas mientras cabalgaba por el campo de batalla. El ejército de Sucre en Ayacucho estaba formado por soldados y oficiales de diversas partes de América y Europa. Algo parecido podría decirse de las tropas de José de la Serna. En el caso de los criollos, cabe destacar la participación de nuestros granaderos a caballo, cuya valentía en el combate ya había sido elogiada por Bolívar y Sucre en Junín. Los "granaderos a caballo" se alinearon bajo las órdenes del general francés Alejo Bruix, pero en la práctica quien los dirigió fue el oficial José Félix Bogado, el mismo que, después de Ayacucho, regresaría un año y medio después a Buenos Aires al frente de alrededor de un centenar de granaderos, algunos de los cuales habían combatido desde el bautismo de fuego de San Lorenzo hasta Ayacucho, sin faltar a ninguna cita donde estuviera en juego el destino de la causa emancipadora. Los granaderos llegaron a Buenos Aires en febrero de 1826, pero allí nadie los esperaba y nadie estaba dispuesto a rendir homenaje ni homenaje a quienes llegaban después de haber luchado durante trece años y participado en más de cien combates defendiendo la causa de La emancipación americana como les había enseñado San Martín. Pero esa es otra historia.
FUENTE:Ellitoral.com