El sábado 5 de abril el Perú perdió a uno de sus más grandes artistas populares, portador de una tradición que, a través de los años, difundió y defendió con talento y creatividad. En tiempos en que la música criolla -música de la costa peruana- se moderniza al azar o se concentra en sus aspectos más triviales, como si fuera sólo un buen pretexto para juergas y vulgares chacoteos, don Oscar Avilés combinó la elegancia del zumbido con el brillo de sus trinos de doble cuerda; la chispa del criollo de antaño con el respeto a la familia, a la mujer y el amor a la patria. Como Chabuca Granda , el gran compositor; Nicomedes Santa Cruz , el maestro de la música negra o los maestros de la música andina que aún nos acompañan, Avilés protegió nuestra música y la cultivó hasta convertirla en sinónimo de un criollismo. cuyos representantes, poco a poco, nos van abandonando por la acción y el inexorable paso del tiempo. Estas líneas sirven para homenajearlo como se debe, desde esta institución de docentes, porque sabemos que su pasión por la música no solo la demostró como intérprete sino también como docente.
Cuenta la leyenda que nació con una guitarra bajo el brazo, aunque en realidad fue su familia la que le inyectó el amor por la música, ya que sus padres tocaban varios instrumentos en hogar. Desde pequeño, primero tocando el cajón y luego la guitarra, que al fin y al cabo es otro tipo de cajón, decidió que su música era suya, aunque al principio tuvo que esconderse de su viejo para practicar. En varias entrevistas ha contado a Don Óscar que se escondió en el armario -ese viejo mueble de las abuelas, en el que se podían acurrucar hasta tres niños- para descubrir la magia de las seis cuerdas.
Cuando en casa se convencieron de que el niño tenía talento, lo matricularon y le otorgaron una beca en el Conservatorio Nacional de Música, donde aprendió académicamente. Pero el barrio, el callejón y la jarana lo llamaron y después de dos años de ejercicios y duelos, decidió convertirse en profesional de la canción popular. Desde los 15 años se le vio con Óscar Avilés en los diversos centros musicales de Lima:en La Victoria, en Barrios Altos, en Breña, asimilando los estilos del vals y cocinando en su cabeza una nueva forma de tocarlo.
Su historia y su trayectoria musical son bien conocidas por todos los buenos amantes de la música clásica criolla: Los Morochucos , Conjunto del Partido Criollo, Chabuca Granda , Alicia Maguiña , Arturo “Zambo” Cavero , La Limeñita y Ascoy , Los hermanos Zañartu y entre medias, cientos de grabaciones como solista en formato criollo (guitarra, cajón y castañuelas) o instrumental (junto a orquestas de violín) que lo convirtieron, según muchos, en la Primera Guitarra del Perú.
El autor de La flor de la canela dijo una vez que si no fuera por Óscar Avilés , el vals criollo habría “morido de tun-de-te “, lectura onomatopéyica de la época del val, el famoso 3/4 que identifica las composiciones de Johann Strauss y que sirvió de base a nuestra música criolla, como adaptación popular de esta música europea. Y es cierto, Avilés cambió la forma de tocar el vals criollo con sus drones, con sus trinos, con sus silencios estratégicamente colocados entre los versos, con sus transiciones creativas, escritas y arregladas por él mismo.
Su importancia en el desarrollo del vals, la polca y la marinera limeña es innegable y, sobre todo, mensurable en logros y producciones discográficas. Más de treinta discos con sus diversas agrupaciones y como solista, presentaciones en el Perú y el extranjero, reconocimientos que van desde ser considerado Patrimonio Artístico de América Latina por la Organización de Estados Americanos (OEA ) a las Palmas Magistrales de nuestro Ministerio de Educación, lo convierten en un auténtico símbolo de nuestro arte musical.
Su muerte, comprensible dada su avanzada edad -90 años-, deja un vacío muy difícil de llenar en una sociedad que actualmente regala sus aplausos indiscriminadamente a personajes de todos los sectores menos artísticos. valor. Pero su voz, su alegría, su autenticidad y sobre todo, sus acordes inconfundibles quedan para la memoria y la inmortalidad.
Os dejamos esta décima, escrita por un gran amigo y compañero de partido de Don Óscar, Juan Urcariegui García (Lima, 1928-2003):
A los ocho años
un niño toca la guitarra
con talento, arte, valor
y con mucha, mucha habilidad.
Su forma de jugar gusta
y convence a la vez,
y unos años después
alguien pregunta “¿quién juega?”
y mil bocas responden
>“Oscar Avilés juega”