Historia de Europa

Ascenso y caída del Califato de Córdoba:de Abderramán III a la «fitna» (II)

La primera entrada de esta serie sobre el Califato de Córdoba acabó con la derrota de Abderramán III frente a Ramiro II de León y sus aliados en la batalla de Simancas, o más exactamente en el barranco de Alhándega, ya que la batalla en sí no tuvo un vencedor claro. .

Una de las primeras consecuencias de lo ocurrido en Simancas fue que el califa decidió que ya estaba harto de ocuparse personalmente de los asuntos militares; se retiró a Córdoba y en adelante encomendó la realización de las campañas a sus generales (a partir de entonces permaneció "tranquilo en su trono, disfrutando de la tranquilidad de su reinado y no volviendo a luchar hasta su muerte").

Pero esta decisión también tuvo una influencia decisiva en circunstancias de mucho más largo plazo. Para empezar, a partir de Simancas, los califas delegaron en los cadíes el liderazgo de las tradicionales petroleras contra los reinos cristianos. de su confianza y profesionalizó su ejército con un mayor papel de tropas mercenarias. Como consecuencia, uno de estos señores de la guerra se volvería más poderoso que el califa que representaba.

Además, se produjo un cambio en el trato con los reinos cristianos que iba a resultar muy exitoso:el califato intentaría a partir de entonces desestabilizar políticamente a sus rivales del norte. Como expresa Manzano Moreno, «durante las décadas siguientes los enfrentamientos entre Córdoba y los reinos del norte cambiaron de carácter:cada verano se producían escaramuzas de mayor o menor importancia protagonizadas por cadíes. Cortobeses o por los linajes establecidos en la frontera, que tras la derrota vieron aumentar su dominio en los territorios que controlaban. De esta forma, la costumbre de enviar los aceites de oliva anuales envueltos en un gran aparato quedó en desuso durante algunas décadas. […] En la época en que esta frontera se establecía con mayor claridad y las aceifas eran cuestión de generales victoriosos o jefes fronterizos que enviaban noticias de sus sonados triunfos a Córdoba, los califas optaron por intervenir en los complejos conflictos que asolaban los reinos cristianos. […] Fue una estrategia muy exitosa. […] Decir que durante la segunda mitad del siglo X los reinos del norte se convirtieron en satélites de Córdoba no es exagerado”.

Efectivamente, a partir de entonces el califato se convirtió en el árbitro de los conflictos internos por el poder en los reinos cristianos, apoyando a unos u otros contendientes y contribuyendo decisivamente al debilitamiento de sus rivales peninsulares. Los pretendientes a los tronos cristianos desfilaron por Córdoba prácticamente rogando el apoyo del Califato.

Esta situación continuó tras la muerte de Abderramán III y hasta la llegada al poder en el año 978 del gran caudillo cordobés Almanzor. En la entrada del blog dedicada a él hablamos largo y tendido de sus hazañas y nos referimos a ella. Para los propósitos que ahora nos interesan, tenemos que retroceder en el tiempo y situarnos en el simbólico año 1000.

Ese año Almanzor se enfrentó a una nueva coalición entre León, Castilla y Pamplona en la batalla de Cervera (en el valle de Arlanza, en Burgos) que estuvo muy cerca de hacerle morder el polvo. Sólo la habilidad militar del líder musulmán, unida a un poco de suerte, le permitió revertir el resultado de un enfrentamiento que acabó con una gran mortalidad.

Esta batalla reveló, como señala Manzano Moreno, que "quizás como resultado de un rechazo a las condiciones que conllevaba la sumisión, quizás como un desafío contra un enemigo que podía causar una destrucción incalculable, pero que poseía una debilidad mucho mayor". de lo que parecía, lo cierto es que estos soberanos rehicieron sus coaliciones con la misma rapidez con la que el hayib dirigió sus continuas campañas. […] Después de largos años de continua batalla, la fuerza militar de los territorios cristianos seguía intacta, mientras la maquinaria andaluza empezaba a dar ciertos síntomas de agotamiento».

Los meses siguientes serían testigos de la ira del hayib , que se sufrió especialmente en tierras de Castilla. Según fuentes árabes, Almanzor avanzó desde Clunia hacia Salas de los Infantes, Pinilla de los Moros, Vizcaínos, Barbadillo, Monterrubio y Canales. Llegó al monasterio de San Millán de la Cogolla en La Rioja y le prendió fuego y arrasó hasta los cimientos. Allí sufrió un ataque de gota y fue llevado en litera a Medinaceli, donde murió en el año 1002.

La muerte de Almanzor marcó el principio del fin del Califato de Córdoba, aunque el proceso tardaría unos años en cristalizar. De 1002 a 1008 el cargo de hayib Pasó al hijo de Almanzor, Abd-el Malik, quien continuó la política de sometimiento formal al califa y las campañas de su padre. Pero no todas las campañas del nuevo hayib tuvieron éxito y esto provocó que el gobierno del hijo de Almanzor comenzara a ser cuestionado en Córdoba; Incluso se le criticó que saturara el mercado de esclavos con tantos cautivos como capturaba en sus yacimientos petrolíferos.

Pese a ello, Abd-el Malik continuó con sus campañas y derrotó en Clunia en 1006 a una alianza de leoneses y pamploneses y a sus antiguos aliados castellanos. En el año 1008, mientras realizaba una nueva campaña, se sintió indispuesto y murió, curiosamente, también en Medinaceli como su padre. Este sería el momento en el que las grietas enterradas en el edificio de la Córdoba andaluza empezaron a salir a la superficie y resquebrajaron su construcción.

Tras la muerte de Abd-el Malik, intentó imponerse a uno de sus hermanos, llamado Abderramán Sanjul, a quien muchos consideraban responsable del asesinato de su medio hermano. Este Sanjul era hijo de Almanzor y la hija que le regaló el rey pamplonés Sancho Garcés II, Abda, que también era nieta de Fernán González.

Ascenso y caída del Califato de Córdoba:de Abderramán III a la «fitna» (II)

Abderramán o Sanchuelo como lo llamaba su madre, rápidamente se volvió impopular cuando logró convencer al califa Hisham para que lo nombrara su sucesor (algo que ni su padre ni su hermano se habían atrevido a hacer). Esto no sólo rompió con la sucesión dinástica que gobernaba en Córdoba desde mediados del siglo VIII, sino también con la norma de que el califa debía pertenecer a la familia omeya. Los numerosos miembros de esta dinastía, nietos y bisnietos de Abderramán III, que permanecieron en Córdoba decidieron poner remedio a esta afrenta.

La población cordobesa estaba dispuesta a prestar apoyo a la rebelión, sometida a una enorme presión fiscal y harta de los desplantes y privilegios del creciente número de mercenarios bereberes contratados por Almanzor.

Aprovechando que Sanchuelo había iniciado una campaña contra Castilla, los rebeldes depusieron al débil Hisham y nombraron califa a un pariente suyo al que llamaban al-Mahdi (el bien guiado). Sanchuelo se apresuró a regresar a Córdoba, pero fue arrestado y ejecutado; su cadáver fue arrastrado por todos los barrios de la capital del califato. El palacio de Almanzor y sus hijos fueron arrasados ​​y saqueados por la población cordobesa, que también lanzó una campaña de ataques contra los bienes y familias de los soldados bereberes.

Se inició así un proceso de desintegración del poder en el califato al que hace referencia el título de esta entrada y que se conoció como fitna. Se traduce como guerra civil, aunque en árabe implica el concepto de juicio para los pecadores ideado por Dios.

Los bereberes reaccionaron proclamando califa a otro miembro de la familia omeya (Sulayman al-Mustain) y comenzaron un enfrentamiento contra el colorido ejército popular de al-Mahdi, formado por artesanos, comerciantes, carniceros e incluso ex presidiarios. Tras un año de guerra civil, en 1009 se impusieron las fuerzas bereberes de al-Mustain, apoyadas por un personaje cristiano al que llamaron Ibn Mama Duna al-Qumis, a quien las últimas investigaciones identifican como el jefe de la familia Beni Gómez, el Conde García Gómez.

Ascenso y caída del Califato de Córdoba:de Abderramán III a la «fitna» (II)

Un ejemplo del grado de desintegración del califato que provocó este proceso y el cambio en el equilibrio de poder en la Península que supuso lo encontramos en lo sucedido al conde de Castilla, Sancho García. En 1009, los bereberes de al-Mustain pidieron su ayuda en la guerra contra Córdoba, ciudad en la que Sancho fue recibido y desfilado con sus tropas en noviembre de ese año, algo impensable bajo el mandato de Almanzor o Abd-el Malik. Cien caballeros castellanos permanecieron en Córdoba en apoyo de al-Mustain.

Por su parte, el bando de al-Mahdi ofreció el oro y el moro al conde Borrell de Barcelona por su apoyo en el conflicto. La presencia de estos ejércitos cristianos en el califato y su papel decisivo en la lucha por el trono califal demostraba cómo habían cambiado las cosas en tan poco tiempo en al-Andalus.

Los partidarios de Al-Mahdi llegaron a reinstaurar al califa en 1010 y la guerra continuó en los años siguientes hasta 1031, incluso con la reaparición de Hisham II. Los bereberes entraron en Córdoba en 1013 y lanzaron una sangrienta campaña de destrucción de la ciudad y asesinatos indiscriminados, incluido el del propio Hisham II. La retirada de los señores de la guerra bereberes no se compró con dinero, sino con tierras, que con el tiempo se convertirían en señores desvinculados del gobierno del califato.

En otros lugares, como Toledo o Zaragoza, las latentes familias aristocráticas que habían protagonizado múltiples rebeliones contra Córdoba hasta tiempos de Abderramán III y que se habían integrado en la maquinaria califal, aprovecharon la circunstancia para desvincularse también del dominio centralizado. de Córdoba, acuñando moneda y nombrando sus propios califas para su nuevo reino o taifa.

En resumen, la fitna acabó dando lugar a más de veinte centros de gobierno independientes en al-Andalus, conocidos como reinos de taifas. No sería, ni mucho menos, el último capítulo de la dominación musulmana en la Península… pero esa es otra historia.

Esta entrada es un extracto de mi nuevo libro De Covadonga a Tamarón, historia de la monarquía asturiana desde Pelayo a Bermudo III, cuyo manuscrito va a entrar en fase de informe de lectura, primer paso para que se haga realidad.

Daniel Fernández de Lis. De Covadonga a Tamarón.

Eduardo Manzano Moreno. Historia de España-. Tiempos medievales, volumen 2 . Crítica. Editorial Marcial Pons. Primera edición. Madrid 2015.

Vicente Ángel Álvarez Palenzuela (Coord). Historia de España en la Edad Media . Ariel. 1ª edición, 7ª impresión. febrero 2017

Ricardo Chao Prieto. Historia de los reyes de León. Editorial Rimpego.

Monarquía y sociedad en el reino de León desde Alfonso III hasta Alfonso VII . Centro de Estudios e Investigaciones «San Isidoro». León 2007.