En el siglo XIX, el nacionalismo iba en aumento en Europa. Esto se debió en parte a la Revolución Francesa, que había extendido las ideas de libertad, igualdad y fraternidad por todo el continente. Estas ideas inspiraron a la gente a considerarse parte de una nación, en lugar de súbditos de un rey o emperador.
El nacionalismo también creció en respuesta al aumento de la industrialización y la urbanización. Estos procesos llevaron al desplazamiento de las estructuras y valores sociales tradicionales, y la gente comenzó a mirar a la nación como una fuente de identidad y pertenencia.
El auge del nacionalismo en Europa provocó una serie de conflictos en el siglo XIX. Estos conflictos incluyeron la Guerra de Crimea, la Guerra Franco-Prusiana y las Guerras de los Balcanes. Estos conflictos ayudaron a preparar el escenario para el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914.