La Primera Guerra Mundial ejerció una enorme presión sobre el Imperio ruso, tanto militar como económicamente. El esfuerzo bélico provocó numerosas bajas, una escasez generalizada de alimentos y combustible y una inflación vertiginosa. Estos factores contribuyeron al creciente descontento entre el pueblo ruso y finalmente llevaron a la Revolución Rusa en 1917.
La Revolución Rusa tuvo un profundo impacto en la situación política de Europa. Resultó en el derrocamiento de la dinastía Romanov y el establecimiento de la Unión Soviética, el primer estado comunista del mundo. El ascenso de la Unión Soviética al poder marcó un cambio significativo en el equilibrio de poder global y condujo a décadas de conflicto ideológico entre la Unión Soviética y las potencias occidentales.
Además de la Revolución Rusa, la Primera Guerra Mundial también contribuyó al colapso del Imperio Austrohúngaro y del Imperio Otomano. Estos dos imperios habían sido actores importantes en la política europea durante siglos, pero ambos quedaron debilitados por la guerra y finalmente se disolvieron. Su colapso creó un vacío de poder en Europa del Este y los Balcanes, lo que condujo a una serie de nuevos conflictos en la región.