Historia antigua

La nueva juventud de la arqueología pompeyana

La nueva juventud de la arqueología pompeyana

¿Qué es más real, la muerte o la vida? ¿Un cataclismo natural que llega como un ladrón o la engañosa dulzura de lo cotidiano? En Pompeya, una fina película de ceniza enfriada separa el sol de la noche. Hombres, mujeres y niños, sorprendidos en el momento que elegimos, petrificados desde hace dos milenios, imponen su presencia conmovedora. Desde las primeras excavaciones realizadas en el siglo XVIII siglo y la identificación que se hizo de la ciudad sepultada –que había caído en un profundo olvido– la ciudad campaniana exhuma bloques de emoción. Entre las últimas maravillas encontradas, el mosaico de Orión o el lascivo fresco de Leda.

Pero si, desde hace varios años, la arqueología pompeyana ha experimentado una nueva vida, también existe una necesidad urgente de protegerla y restaurarla. El entierro bajo los lapilli protegía estos tesoros. El aire libre los expone a la amenaza del mal tiempo, el saqueo furtivo y la degradación de las termitas por el turismo de masas. Con Pompeya, es ante todo la Antigüedad, lejos de fantasías o convenciones, la que se nos revela. A través de objetos cotidianos envueltos en magia. Y también la evocación de baños, tabernas, elecciones, hasta el "terror" frente al sexo percibido por Pascal Quignard que exudaría las figuras eróticas de los burdeles. Lo más importante es sobre todo el testimonio milagroso del hallazgo de un pequeño fragmento de una civilización refinada, que una erupción volcánica, probablemente el 24 de octubre del 79, destruyó en pocas horas. El ojo del Vesubio sigue mirándonos, plácido, en esta bahía de Nápoles tan hermosa y tan azul.


Publicación anterior
Publicación siguiente