La guerra involucra a personas. Operan incluso las máquinas de guerra más complejas e inanimadas. Sin embargo, incluso los objetos inanimados, incluso un monstruo de metal, como un tanque, un barco, un avión, adquieren alma propia a los ojos de quienes viven y luchan en él, que recuerdan a sus camaradas muertos en él. Años después, ninguno de los veteranos supervivientes lo olvida.
Se acerca a la máquina con la que luchó, con reverencia religiosa, como se acercaría a un compañero de armas. Porque para él la máquina es sólo eso, un compañero con el que luchó codo a codo.
Uno de esos momentos muy emotivos fue captado por la cámara en algún rincón de Rusia. Un veterano desconocido de la Segunda Guerra Mundial descubre, más de 75 años después, que el tanque de batalla T-34/85 con el que sirvió en la guerra se ha conservado, como monumento conmemorativo, en las afueras de una ciudad rusa. El nombre de él y de la ciudad son indiferentes. Lo que importa es el sentimiento del viejo guerrero y los recuerdos, frente a un tanque sin vida, que para él, sin embargo, tiene alma.