Después de la guerra, el gobierno de los Estados Unidos promulgó una serie de leyes y tratados que desposeyeron a los nativos americanos de sus tierras y restringieron sus derechos. La Ley de Expulsión de Indios de 1830, por ejemplo, autorizó al gobierno federal a reubicar por la fuerza a los nativos americanos del este de los Estados Unidos al territorio indio al oeste del río Mississippi. Esto resultó en la expulsión forzosa de decenas de miles de nativos americanos de sus tierras ancestrales, y muchos murieron en el viaje al territorio indio.
Además de perder sus tierras y sus derechos, los nativos americanos que apoyaban a la Corona británica también enfrentaron discriminación y violencia por parte de los colonos blancos y del gobierno de Estados Unidos. A menudo se les negaban derechos básicos como el derecho a votar, poseer propiedades o recibir educación. En muchos casos, los nativos americanos que apoyaban a los británicos se vieron obligados a vivir en reservas o en comunidades segregadas.